Diego en los Pirineos, en marzo de este año.
Nos
hemos reunido contigo, una vez más, esta noche del día de San Francisco de Asís, para cenar. Pero ésta es una cena agridulce, porque es la cena de
despedida. Te vas. Vuelves a tu tierra. Y nosotros, que lo sepas, te vamos a
echar mucho de menos. De verdad.
Querido
y entrañable amigo Diego, te hiciste, desde el principio, un hueco en nuestras vidas. Te hiciste uno de nosotros y, ahora, ese hueco se va a quedar ahí,
porque aunque sólo han sido dos años de cenas “jueveras” y todo lo que eso
supone, parece que hayas estado viniendo jueves tras jueves, toda la vida.
Nos
alegra tu alegría de volver a encontrarte con tu familia, tus amigos, tu vida
allá en Ecuador. Sí, sabemos que eso te alegra, y tu alegría nos alegra también. Pero te lo repito, nos da penita que te vayas porque eres nuestro
amigo y te echaremos de menos.
Tu
forma de ser nos ha cautivado, nos gustó desde el principio. Sencillo, humilde,
claro, discreto, enamorado de la vida de un modo contagioso, abierto a
escuchar, a entender a compartir.
Tu
manera de ver el mundo, serena, respetuosa, dolida a veces cuando es triste,
oscuro, injusto lo que ves, nos ha ayudado en ese esfuerzo diario de tratar de
entender la realidad compleja que nos rodea.
Tu
modo de vivir la fe, luminoso, vital, alegre, personal, tratando siempre de
llegar al sentido último de los ritos y los símbolos, ha sido una bocanada de
aire fresco.
Ha
sido también muy bonito conocer tu tierra a través de tus palabras y ver cómo
abrías tus ojos a la nuestra, cómo gozabas y te sorprendías descubriéndola,
apreciándola, mostrando siempre un inmenso respeto y cariño por nuestra
confusa y maltrecha España.
Y qué
bien nos lo hemos pasado jugando con la hermosa lengua que nos une mucho más allá
de las palabras. Descubrir coincidencias, diferencias, matices. ¡Cuántas veces
nos hemos reído jugando con el castellano cual si fuera un juguete de esos que
nunca nos cansa!
También
quiero decirte que nos hemos dado cuenta, y hemos disfrutado, viendo ese buen equipo que formasteis y habéis mantenido Juan y tú. Juntos habéis afrontado momentos difíciles y tristes para
la parroquia, siendo un magnífico ejemplo de colaboración y de entrega a los
demás.
Diego,
¿qué haremos ahora sin tus abrazos de oso? ¿Sin escuchar tu bonita forma de
hablar el castellano? ¿Sin charlar de mil cosas, ayudándonos entre todos a
entender el mundo?
Pero
bueno, pese a la penita, estamos contentos, ¿verdad? Porque ha sido muy bonito tenerte entre
nosotros. Y que nos quiten lo “bailao”. Porque, aunque partes allende los mares,
a una tierra hermosísima de selvas, grandes ríos, altos páramos y volcanes, tu tierra, de algún modo te
quedas entre nosotros.
Sí, te quedas entre nosotros en la
eucaristía que nos une a todos los cristianos, en el recuerdo entrañable de tu presencia y ¡cómo no! en
internet. ¡Claro que sí! Y en la posibilidad, ¿quién sabe? de que un día nos
veas por allí. Porque sabemos que a más de 9000 km, al otro lado del océano, tenemos
un amigo. Un gran amigo.
Has
sido y eres un regalo de Dios. Siempre le estaremos agradecidos, como agradecidos estamos a tu amigo, nuestro amigo
Juan, que te trajo a casa, que te trajo a nosotros.
Diego,
te queremos.
¡Que
Dios te bendiga!
(Escrito leído en la cena "juevera" de despedida de Diego)
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