Es una
bonita historia, aunque triste. Sucedió hace ya muchos años, y si la cuento
ahora es porque el tiempo debe haber borrado ya las huellas que podrían
conducirnos a localizar a los protagonistas. Quiero mantenerlos en el
anonimato.
Era un
niño muy bueno en el deporte y corriendo era un hacha. En el cole
siempre ganaba con mucho a todos. Sin embargo lo hacía de un modo, digamos,
desapasionado. De hecho no le daba ninguna importancia a eso de acabar siempre el primero, tanto en el deporte como en otros asuntos.
Impulsado
por sus padres y el profesor de educación física, se apuntó a unas
competiciones. No quiero dar más datos. Entrenó duro. El hecho es que llegó a
la fase final. Estaba en juego el oro que, parecía cantado, sería para él.
Y
llego el gran día. Salió disparado y cuando estaba cerca de la meta, iba el
primero, otro corredor, que le pisaba los talones, cayo aparatosamente, él solo,
sin que nadie lo tocara. Y mi héroe, mi campeón, fue a ayudarle, a ver qué le
había pasado.
No ganó.
Sus padres estaban perplejos. Su entrenador, enfadado. Había gente que se reía no sé muy bien por qué, ni de qué. Y él, desde su infinita grandeza, con la
tranquilidad de quien sabe que ha hecho lo que debe, parecía verlo todo desde
fuera, yo diría que dese arriba, desde muy arriba.
Este
chiquillo siguió corriendo porque le gustaba. No sé mucho más de él. Su vida
tomó unos caminos y la mía otros, y nos distanciamos, hasta perdernos de vista
del todo. Pero aquel día ha quedado en mí memoria para siempre.
¿Y por
qué fue y por qué es triste esta historia? Fue triste porque no sé si alguien,
en el aquel momento, entendió y valoró la grandeza de su acto. Está "chiflao",
es raro, decían. Y sigue siendo triste porque sé que si les cuento esto a mis
alumnos, muchos, demasiados, pensarán también que aquel chaval era tonto, un
gilipollas, un friki, dirían ahora.
Y esto
me da pena. El ver que hemos creado un mundo en el que la grandeza de espíritu
es una “rara avis” que nos da risa, que no entendemos, incluso que nos mueve al
desprecio.
No sé
qué será ahora de él. No sé si habrá seguido siendo fiel a sí mismo. No sé si
la vida lo habrá tratado con justicia. ¡Ojalá! Yo, ahora, muchos años después, lo recuerdo con profundo respeto y le deseo la mejor de las venturas.
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