Ahora
que mis “largas, abundantes y escabrosas melenas” empiezan a molestarme y me
planteo el ir a la peluquería, me he acordado de la última vez que fui.
Fue en
este verano en un pueblecito del Pirineo, y como las susodichas “melenas” me
molestaban como ahora, le pedí consejo a un amigo del pueblo. Me dijo que él
iba a un peluquero que hay en una bonita calle de la antigua villa de montaña. Me
dijo que lo hacía bien.
Fuimos
José Luis, que entró primero, y yo. ¡Una pasada! La peluquería es pequeñita,
sencilla. Lo justo y necesario, sin concesiones a la tontería. Y allí dentro ha
pasado toda su vida, trabajando, un hombre elegante, buen conversador y amante
de su trabajo. Un trabajo que, por cierto, hacía muy bien.
Elegante
es su aspecto físico, su presencia. La forma de manejar sus instrumentos de
trabajo tiene esa precisión y esa gracia que sólo una larga experiencia puede
otorgar. Rondaría los 60.
La
conversación fue amable, sosegada, interesante. Sabía hablar y sabía escuchar.
Ambos habíamos visto transformarse el pueblo. Sabíamos las amenazas que el
valle había sufrido y cómo de algunas había logrado salvarse. Sus
planteamientos eran ponderados y discretos.
Y le
gustaba su trabajo. Lo hacía porque le gustaba. Siempre le había gustado y
seguía gustándole. Y se notaba. Por eso, la prisa no iba con él. Y no es que
fuera lento, no. Es que lo hacía con cuidado, con cariño a la tarea, con la
clara voluntad de hacerlo bien. Como un auténtico artesano. Y muy bien que lo
hizo.
Y es
que, pensaba, no hay nada como amar lo que haces, como encontrar sentido a tu
faena, sea la que sea, como hacerla con gusto. Y pensaba también en esas
personas cuya principal obsesión parece ser complicar el trabajo de los demás
poniendo trabas artificiales e innecesarias, en absolutos derivadas del trabajo
en sí. ¡Cuánto daño hacen!
Pero
bueno, en esta entrada fijémonos en lo positivo, en lo bonito de encontrar
gente que después de una vida laboral larga, sigue encontrando gracia y salero
a su faena y sigue haciéndola muy bien, simplemente porque le gusta, porque le
sigue gustando. Y esto ayuda a ser feliz y es, además, garantía de trabajo bien hecho.
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