FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

domingo, 29 de enero de 2017

No todo vale, por roto que esté el paisaje.


         Ciertamente que ni necesita ni merece comentario la foto de la anterior entrada. Es suficientemente explícita. Pero sí merece la pena analizar, aunque sea brevemente, el proceso que nos ha llevado al punto de que algo así pueda suceder.
Antaño nuestros montes estaban habitados. La población se dividía entre el pueblo y multitud de aldeas y masías diseminadas entre campos y montañas. Y aquella gente, conocía y cuidaba el mundo que le rodeaba porque se sabían parte de él. Cuidaban los pinares y se calentaban con la leña que les daban, y comían sus frutos, y recogían sus setas, y cazaban. Cuidaban los campos, y el ganado y las aves de corral y vivían de ello. Cuidaban, en suma, lo que de algún modo era su propia casa.
Progresamos, dicen, y las aldeas y masías se fueron despoblando a la vez que los pueblos grandes, y sobre todos las ciudades, crecían y crecían. Y poco a poco el monte quedó solo, abandonado a su suerte. Y el abandono llevó al deterioro, a un deterioro lento y silencioso, pero implacable. Muchas sendas y caminos se perdieron. Los bancales, que tanto esfuerzo costaron de levantar, se fueron derruyendo invadidos por la vegetación descontrolada. Las masías y corrales, vacíos, abiertos a los cuatro vientos, fueron convirtiéndose en ruinas, poco a poco, una tras otra. Y el pinar se hizo intransitable, transformándose en un polvorín.
Y nadie hacía nada. Incluso hubo quien pensó que eso era bueno. Que había que dejar a la naturaleza libre, cuando el ecosistema mediterráneo ha evolucionado en interacción estrecha con el hombre desde hace más de 2000 años. Cegados por estúpidas ideologías dictaron la sentencia. ¡Dejad el monte a su aire!
Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó el fuego y nadie lo pudo parar. Y se sucedieron grandes lluvias, que arrastraron la tierra fértil al mar, y largas sequías que facilitaron el desarrollo de plagas. Eso, aquí es lo normal. Y entonces algunos empezaron a darse cuenta de que nuestros montes nos siguen necesitando aunque nosotros creamos que ya no los necesitamos para nada.
O sí. Sí los necesitamos. Los necesitamos para divertirnos. Para practicar en ellos nuestros deportes y nuestros juegos. Para nuestras aventuras de urbanitas. Para desahogarnos de nuestras presiones. Para quemar adrenalina.
Y esta es la última parte del triste proceso. Nos lanzamos de mil maneras a un paisaje roto, degradado hasta la vergüenza, sin el más mínimo respeto. Y destrozamos los senderos, que son para pies y no para ruedas. Y arrojamos al suelo la botellita de bebida isotónica y el sobre del gel que tomamos para aguantar más rato haciendo el burro. Y llenamos el coche de barro hasta el techo, dejando el camino hecho trizas…Pero, ¡y lo bien que lo hemos pasado!
Y, para acabar, sobre los restos tristes y feos de un paisaje que fue hermoso, dejó el individuo, bien visible, la cámara pinchada. Es como mearse sobre el cadáver del vencido. Encima mofa y escarnio.
Urge replantearse el modo en que nos acercamos a la naturaleza. Tendremos que empezar a asumir que no todo vale, por mucho que me guste, por roto que esté el paisaje. Hay que pensar por dónde me voy a meter, con qué vehículo voy a hacerlo, cuándo y cómo lo haré, qué haré con mis botecitos y mis sobrecitos, qué impacto va a tener lo que haga en el monte y en los que puedan estar también en él. 
Porque aún puede haber futuro. No vale eso de que yo me lo paso bien; los que vengan detrás que arreen. Al menos a mí no me vale. Propongo a los que tengan esa filosofía que cojan un día a su hijo, a su nieto, a su sobrino aun bebé y le digan, ¿ves qué chulo es lo que hago y qué bien me lo paso? Pues tú no podrás hacerlo, al menos por donde lo hago ahora.

Corrales de las Bodegas viejas de Torres. Estaban rodeados de pinares y cultivos de secano.

La puerta, ya abierta, de la masía de La Mocha. Se conserva sobre el dintel una imagen de la virgen de la Cueva Santa.

Puerta a una masía abandonada de Liria cuyo nombre no he localizado.A la derecha quedaban los corrales.

Interior de una de las estancias de esta esta masía, aún bien conservado.

La estancia del hogar en una casa de los corrales de las Bodegas viejas de Torres.

Yo he visto este camino discurrir entre espesos pinares.

Y he caminado por esta rambla en sombra, en pleno mes de julio.

Sendero inutilizado por las ruedas de motos y bicis. Ellos la empiezan y el agua acaba la faena.

Atardece. La silueta del pinar muerto es todo un símbolo.

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