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Cervantes en el Quijote.

miércoles, 18 de enero de 2017

Los juegos de...masterchef junior.



Vaya por delante que desde el primer momento en que conocí eso de Masterchef me desagradó profundamente. Ya en su momento escribí en el blog los motivos (14 de marzo de 2014) Podéis leerlos. No voy a repetirlos ahora.
Pero como el caso es que el inventó funcionó había que explotarlo. Dicho de otra forma, descubierto el filón había que agotarlo. Y entonces llegaron otros Masterchef como el Masterchef junior, el más infame de todos. Y vamos por el cuarto.
Ayer fue la final. Ya se ocuparon de que nos enteráramos todos. Ni sé ni me importa quién ganó. Imaginó que la audiencia sería máxima y que todo el mundo estaría tan contento.
Sí, todo un espectáculo. Las emociones humanas, tensadas hasta el límite, convertidas en espectáculo de masas. Las emociones humanas de niños. No de adultos, de niños.
¿Quién ha pensado en el impacto psicológico en los menores que puede tener sumergirlos de lleno en un mundo artificial y contradictorio como es un “reality show”? ¿Quién ha pensado en las consecuencias para ellos de someterlos a una competición pública de semejantes dimensiones? ¿Quién ha pensado qué quedará de ellos después del temporal mediático en el que los hemos metido?
Sus padres, evidentemente no. Las autoridades educativas tampoco. La legión de especialistas, psicólogos, pedagogos etc, que nos rodea, no veo que hayan hecho nada, al menos nada sonado. El defensor del  menor, silencio.
Y el gran público feliz y entretenido. Como felices todos los que han sacado sustanciosos beneficios de este circo. Y los que seguirán sacándolos. Quizá hasta los protagonistas, los chiquillos inmolados, estén ahora felices, aunque seguro que no todos. Seguro que no todos, pero eso ya es daño colateral inevitable, desechos del sistema. ¿A quién le importa?
¿Sabéis a qué me recuerda esto de Masterchef ? A la película Los juegos del hambre. Y si es Masterchef junior, a Los juegos del hambre con niños. El paralelismo es absoluto. Personas lanzadas a una competición pública a vida o muerte, a los que se les trata con artificial exquisitez, se honra y olvida a los que caen y se endiosa a los vencedores. ¿Para qué? Para el goce y disfrute de las masas.
¿Veis alguna diferencia? Que aquí no los eligen, se presentan. No, los eligen sus padres, ellos no eligen. Que aquí no muere nadie. Físicamente no, claro. Pero hay muchas formas de matar un niño, de romper su desarrollo natural; hay muertes lentas, a largo plazo. Las hay. Y más, si herimos a estas edades.
Llevo más de treinta años trabajando con niños. Y si algo he aprendido es que necesitan como el aire, nuestro respeto y nuestro cariño para poder llegar a ser lo que tienen todo el derecho del mundo a ser: hombres y mujeres libres, felices y en paz.
Por eso me duele, como otras muchas cosas que les hacemos, esta utilización de la infancia innoble y rastrera, inteligentemente disfrazada para que sea fácil de justificar. Y me duele y me indigna el silencio social. Me he tomado siempre muy en serio a los niños como para tragar con esto.
¿Es tan raro y descabellado lo que pienso? En esto, como en otras muchas cuestiones, me siento un poco solo. Y no me gusta, no es cómodo. Preferiría pensar como la gran mayoría que aplaude y disfruta con el espectáculo, con el triste espectáculo de Los juegos de masterchef junior.


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