FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 9 de enero de 2017

De regalo, un móvil.

El Super Agente 86, Maxwell Smart con su zapatófono.

Sus Majestades de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, han tenido a bien traerme de regalo un móvil. Sí, habéis oído bien, un móvil. A mí, que siempre me han dado mal rollo esos aparatos.
La verdad es que Sus Majestades, en su infinita sabiduría, se habían dado cuenta de que el que llevaba era poco menos que prehistórico. Y aunque sólo lo utilizo cuando voy solo por el mundo, por si necesito algo o me acontece alguna desdicha, y lo llevo por lo tanto casi siempre apagado, no era cuestión de seguir con tan vetusto artilugio, ya que podía fallar en el momento menos pensado.
Pero Sus Majestades, inmensamente sabias, han respetado mis deseos, porque comprenden mi forma de relacionarme con esos aparatitos y con el mundo.
Puestos a cambiar de móvil, quería uno que cumpliera tres condiciones básicas. La primera, que no tuviera internet. La segunda, que tuviera una pantalla que pudiera ver sin lentes. La tercera, que sus teclas fueran “apretables”, teclas de las de toda la vida, y no pantallas táctiles ni cosas así ¡Vamos, un móvil de ancianuelo! Y ése es el móvil que me han traído los Reyes. Justo el que quería.
La primera de las condiciones era la más importante para mí. No quiero internet en el móvil. Me gusta estar solo de vez en cuando, solo de verdad, sin que una musiquita rompa la soledad. Y estar con la gente con la que quiero estar, sin interferencias en forma de chiste, “gracieta”, foto o mensaje. En medio de un almuerzo, una comida, una cena o una conversación, esas interferencias que nos llegan a través del móvil me resultan detestables. Y no quiero yo caer en la red, y nunca mejor dicho, y acabar haciendo lo que no me gusta que hagan los demás. Si quiero ir a  internet, acudiré a internet cuando yo quiera, no cuando internet quiera entrar en mi vida.
Las otras dos condiciones son de carácter práctico. Me gusta andar ligero de equipaje por el mundo. Cuando menos trastos encima mejor. El móvil implica gafas, otro trasto. Además, también hay que llevar la documentación, el dinero… ¡Vamos, trastos y más trastos!
Pero bueno, esta es mi forma de pensar sobre esos artilugios llamados móviles, antes zapatófonos, que tanto han cambiado nuestras vidas. Y aunque reconozco que son ciertamente muy útiles y han hecho mucho bien, también están haciendo mucho, muchísimo daño a todos, y de un modo especial a niños y jóvenes.
Y esto, el daño que, por mi profesión, veo que hace a los niños y jóvenes el móvil, es una de las causas que hace que me resulten desagradables. Cuando unos papás me preguntan si deben comprarle o no un móvil a su hijo, la respuesta es clara. Desde los 10 o 12 años hasta los 16, compradle uno como el que me han regalado a mí los Reyes. Pero no, cuando lo piden no piden eso. Piden “un móvil de verdad”.
Y es que, papás que leéis esto, no os están pidiendo un móvil. Os están pidiendo las llaves de una puerta que les lleva a un mundo que ni ellos ni vosotros sabéis controlar. Ni ellos, ni vosotros, ni casi nadie. 
Y ése es el problema.

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