El Super Agente 86, Maxwell Smart con su zapatófono. |
Sus
Majestades de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, han tenido a bien traerme de
regalo un móvil. Sí, habéis oído bien, un móvil. A mí, que siempre me han dado
mal rollo esos aparatos.
La
verdad es que Sus Majestades, en su infinita sabiduría, se habían dado cuenta
de que el que llevaba era poco menos que prehistórico. Y aunque sólo lo utilizo
cuando voy solo por el mundo, por si necesito algo o me acontece alguna
desdicha, y lo llevo por lo tanto casi siempre apagado, no era cuestión de seguir
con tan vetusto artilugio, ya que podía fallar en el momento menos pensado.
Pero Sus Majestades, inmensamente sabias, han respetado mis deseos, porque
comprenden mi forma de relacionarme con esos aparatitos y con el mundo.
Puestos
a cambiar de móvil, quería uno que cumpliera tres condiciones básicas. La
primera, que no tuviera internet. La segunda, que tuviera una pantalla que
pudiera ver sin lentes. La tercera, que sus teclas fueran “apretables”, teclas
de las de toda la vida, y no pantallas táctiles ni cosas así ¡Vamos, un móvil
de ancianuelo! Y ése es el móvil que me han traído los Reyes. Justo el que
quería.
La
primera de las condiciones era la más importante para mí. No quiero internet en
el móvil. Me gusta estar solo de vez en cuando, solo de verdad, sin que una
musiquita rompa la soledad. Y estar con la gente con la que quiero estar, sin
interferencias en forma de chiste, “gracieta”, foto o mensaje. En medio de un
almuerzo, una comida, una cena o una conversación, esas interferencias que nos
llegan a través del móvil me resultan detestables. Y no quiero yo caer en la
red, y nunca mejor dicho, y acabar haciendo lo que no me gusta que hagan los
demás. Si quiero ir a internet, acudiré
a internet cuando yo quiera, no cuando internet quiera entrar en mi vida.
Las otras
dos condiciones son de carácter práctico. Me gusta andar ligero de equipaje por
el mundo. Cuando menos trastos encima mejor. El móvil implica gafas, otro
trasto. Además, también hay que llevar la documentación, el dinero… ¡Vamos,
trastos y más trastos!
Pero
bueno, esta es mi forma de pensar sobre esos artilugios llamados móviles, antes
zapatófonos, que tanto han cambiado nuestras vidas. Y aunque reconozco que son
ciertamente muy útiles y han hecho mucho bien, también están haciendo mucho,
muchísimo daño a todos, y de un modo especial a niños y jóvenes.
Y
esto, el daño que, por mi profesión, veo que hace a los niños y jóvenes el
móvil, es una de las causas que hace que me resulten desagradables. Cuando unos
papás me preguntan si deben comprarle o no un móvil a su hijo, la respuesta es
clara. Desde los 10 o 12 años hasta los 16, compradle uno como el que me han
regalado a mí los Reyes. Pero no, cuando lo piden no piden eso. Piden “un móvil
de verdad”.
Y es
que, papás que leéis esto, no os están pidiendo un móvil. Os están pidiendo las
llaves de una puerta que les lleva a un mundo que ni ellos ni vosotros sabéis
controlar. Ni ellos, ni vosotros, ni casi nadie.
Y ése es el problema.
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