FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

jueves, 5 de enero de 2017

Cuento de la Noche de Reyes.


Érase una vez una familia buena y humilde que vivía hace muchos años en un pueblecito del Pirineo llamado Benasque. Los papás trabajaban duro para sacar adelante a los niños, Guayente  y Chuané, pero eso nos les sacaba de la pobreza. Eran tiempos duros y difíciles para todos.
El abuelo, el único que les quedaba, les ayudaba en lo que podía, con los ahorrillos que había podido reunir en una larga vida de trabajo en el valle y aventuras en las montañas. Había sido pastor en Estós y había hecho de guía con los primeros extranjeros que exploraron aquellas regiones remotas. Incluso había llegado a subir al Aneto acompañando a un conde francés. El abuelo, que les quería muchísimo y les contaba muchas historias de su vida, se llamaba José.
La Navidad les gustaba un montón a los niños. Hacían un belén con maderas, piedras y barro, pues no tenían dinero para comprar figuritas. La única que tenían era la del niño Jesús, que había sido del abuelo y del abuelo del abuelo, y ¡quién sabe! de más atrás todavía en el tiempo.
Después de la Misa del Gallo, cantaban villancicos por el pueblo, y luego en su casa. Después encendían la tronca y la golpeaban para que “cagara” regalos, que los papás habían escondido en sus arrugas y agujeros. Eran pequeñas cositas, sin casi valor, pero que les hacían mucha ilusión.
La tronca se mantenía encendida en la casa por lo menos hasta que llegaran los Reyes, para calentar al niño, y para que la Virgen pudiera secar sus pañales. Pero aun así hacía mucho frío en invierno para estar sin casi ropa en la cunita, y aquel año más. Se había helado hasta el río que la nieve, que se amontonaba en las calles, había cubierto.
Guayente y Chuané, ayudados por su mamá, le habían hecho una camisita al niño, y lo habían tapado con una mantita, pero los pies, los pies preocupaban a los chiquillos. ¿Estaría descalzo con estos fríos el Niño Jesús?
La víspera del día de Reyes volvió a nevar. Nevó mucho. Los niños, junto al fuego, pensaban qué hacer para ayudar a Jesús. Ellos sí tenían zapatos, y sus pies estaban bien calentitos. Entonces se les ocurrió una idea. ¿Por qué no dejamos en el balcón nuestros zapatos nuevos a los Reyes, para que se los lleven al Niño Jesús? Nosotros con los que tenemos y las alpargatas nos apañamos bien.
Pensado y hecho. Esa noche, en el balconcito de su casa, cubiertos por un tablero para protegerlos de la nieve, dejaron sus zapatitos nuevos, con una nota escrita por Guayente que ya sabía escribir, que decía: “Para Jesús. No queremos que pases frío”.
Se acostaron pronto, y aunque aguzaron el oído por si oían a los Reyes, sólo escucharon el viento y el aullido lejano de algún lobo hambriento. Se durmieron calentitos.
A la mañana siguiente, muy temprano, se despertaron. Ya no se escuchaba al viento. Era todo silencio. Por los cristales empañados entraban las primeras luces de un día limpio de invierno. Estaba raso, y aún en el cielo brillaba el lucero del alba. ¿O sería la estrella de Belén que ya se alejaba? Las Tucas de Ixeia, que se veían desde su habitación, estaban blancas, como talladas en mármol.
Había algo en el balconcito. Salieron emocionados, y bajo una lona, cubierta de nieve, había un montón de regalos, y en medio de ellos, sus zapatitos, con un papelito escrito con una letra preciosa, muy parecida a la del abuelo, que decía: “Para Guayente y Chuané, de parte de Jesús”.
Desde entonces, en el Pirineo, en Aragón y en muchas partes de España, los niños sacan al balcón sus zapatitos la noche de Reyes.

NOTA:
Este cuento es una adaptación personal del que leí en el libro titulado “Cuentos del pirineo para niños y adultos”, escrito por Rafael Andolz, y publicado por la editorial Pirineo, en Huesca, en diciembre de 1995.

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