Pensaba
en Europa el otro día, ante la sede de la Comisión Europea, en Bruselas.
Ondeaban las banderas en el aire helado, recortándose sobre un cielo azul poco
frecuente en aquellas latitudes, en esta
época del año.
Y me
sentí europeo. Y deseé que el sueño de una Europa fuerte, diversa y unida,
abierta al mundo, sea una realidad cada vez más cierta y más sólida.
Y
pensé en las grandes dificultades a las que nos enfrentamos para llegar de
verdad a esa Europa. Y en la urgencia de hacerlo, porque no pude evitar un
escalofrío ante el inminente e inquietante acercamiento entre Putin y Trump; en
la yihad islámica; en el coloso chino; en el mundo latinoamericano; en la
olvidada África.
Putin
y Trump, los extremos que se tocan. La yihad islámica, anclada en una Edad
Media bárbara. El coloso chino, al margen de los más básicos derechos humanos. El
mundo latinoamericano, en pleno desarrollo. África, abandonada a su suerte tras
el expolio.
Y en
este mundo, Europa puede y debe ser una luz, una guía, por la que caminar hacia
un nuevo orden mundial. ¿Quién si no? Pensémoslo, ¿quién si no?
Pero
para poder cumplir esta misión, Europa debe estar cada vez más unida,
respetando y valorando su extraordinaria diversidad, pero más unida. Una unidad
política y económica que la haga capaz de afrontar con éxito los grandes retos
a los que se ha de enfrentar, por el resto del mundo y por su propia supervivencia.
Por
esto mismo me ratifiqué en mi oposición frontal a los separatismos, pues los
entiendo como una involución histórica de consecuencias devastadoras. Pienso
que Europa debe dar una respuesta conjunta y coherente a este problema. En
Bélgica, a Flandes. En Alemania, a Baviera. En España a Cataluña y Esukadi. En
Italia, al Véneto y “Padania”. Y como Europa, al Reino Unido, tras su lamentable
y vergonzosa decisión de salir de la Unión.
Las
causas de estos movimientos separatistas respecto a los
estados actuales, y el que llevó al "brexit" en el caso de Gran Bretaña, pienso que
son de carácter emocional y a la vez racional. En el ámbito emocional hay poco que hacer,
en el racional sí. Hay que desenmascarar sin complejos, las ocultas
motivaciones que alientan estas actitudes, porque suelen estar margen de todo
principio ético, de cualquier planteamiento solidario. Mayor bienestar
económico, que no se desea compartir, o la triste incapacidad de superar viejas
agravios históricos.
En
una Europa unida, es perfectamente asumible, más aún necesaria, la riquísima
diversidad cultural y lingüística de todos sus pueblos. Y esto es compatible
con una unidad política y económica cada vez más fuerte. Un estado autonómico
como el español, o uno federal como el alemán, son capaces de responder a esta
unidad desde la diversidad, garantizando la solidaridad en cada estado, y como consecuencia en Europa.
Me
apunto a los que suman, porque multiplican y nos hacen a todos más fuertes. Me
preocupan y me asustan los que restan, porque dividen, y a la postre nos hacen
a todos más débiles.
Y
como he dicho, pienso que es Europa quien debe dar una respuesta clara a estos
movimientos involucionistas que, al margen de los signos de los tiempos, contra
los principios éticos más básicos, y de un modo absolutamente desleal, ponen a
los estados democráticos en una situación imposible y a la propia Unión Europea
en un callejón sin salida.
Espero
que al menos en esto, Europa esté a la altura. En otras muchas cosas no lo ha
estado, no lo está. Aun así, creo y espero en Europa.
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