Disfrutando
ayer del Concierto de Año Nuevo, desde mi casa, claro, pensaba en una de las
muchas lecciones que nos da la música, y en concreto, un concierto, sea de
banda u orquesta.
Veía a
todos los músicos, cada uno con su instrumento, entregado a él en cuerpo y
alma. Cada uno en lo suyo, pero sabiéndose parte de un todo mayor con el que
hay que estar, con el que estaban, en perfecta sintonía. El resultado, un
magnífico concierto.
Nadie
quiere ser más que nadie. Sería patético, ridículo, porque lo grande es la
orquesta, lo importante el concierto, y eso, el tener conciencia de eso, es la
grandeza de cada músico.
Entre
las muchas cosas que admiro de la música es ese mensaje que, desde el principio de
los tiempos, desde que la música es música, nos ha transmitido. Que un músico
sólo es capaz de hacer música muy hermosa, sublime, pero que cuando se juntan y
forman una orquesta, una banda, son capaces de perderse en el conjunto para
hacerse más grandes aún en la grandeza de todos, y entonces…nos hacen tocar el
cielo.
Creo
que es toda una lección de vida. Nos hace grandes el saber estar junto a los
otros para engrandecer el fruto del trabajo de todos. Eso es un equipo. Eso es
un concierto.
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