Mi
Platero se llama Roberta. Es mi moto. Lo de llamarle Roberta a la moto, a todas
las que he tenido, no sé por qué es, pero así es. El caso es que ayer, viendo
el cielo que nos había traído el poniente que sopló todo el día, supe que el atardecer sería sublime, y además, poco después de ponerse el sol, saldría por
el mar la luna llena.
Me fui
al Garbí. Y ciertamente el atardecer fue precioso, y el crepúsculo,
indescriptible. A la luna no la pude ver, pues las nubes la ocultaron. El
viento era recio, aunque tibio. Y no estuve solo. Cuatro chavales jóvenes y dos
parejas, acudieron al espectáculo.
Y como
indescriptible significa que no se puede describir, no voy a intentar hacerlo.
¡Ojalá supiera expresar con palabras lo que vi y lo que sentí aquel rato, allá
arriba! Pero como quiero transmitir lo que fue, voy a hacerlo con algunas
imágenes, siempre pobres comparadas con la realidad, y con un texto de Juan
Ramón Jiménez en el que él sí, con su extraordinario dominio del castellano,
describe un atardecer semejante al que disfruté ayer.
Releyéndolo
hoy, es el capítulo XIX y lo titula Paisaje grana, lo hago todo mío,
especialmente las palabras con las que acaba.
“La
tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es
infinita, pacífica, insondable…
-Anda,
Platero…”
Yo
dije, ya de noche, vamos Roberta.
La
cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales,
que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria,
vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y
transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante
y luminosa.
Yo me
quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se
va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde
suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos
él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de
sangre.
El
paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y
monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio
abandonado... La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada
de eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
-
Anda, Platero...
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