Hace
ya algún tiempo que hice estas fotos. Era un día de invierno, y un sol tibio
calentaba la tierra humedecida por el rocío de la noche. Desde un lugar de la
sierra, contemplaba el puerto de Valencia con sus instalaciones y los barcos
fondeados esperando su turno.
Cuando
en casa las vi me gustaron, y me llamó la atención ver cómo el vapor que ascendía
de la tierra, junto a la luz del sol, difuminaban el paisaje envolviéndolo en
tonos dorados. Y es que una cámara de fotos es como un tercer ojo, que nos
sorprende muchas veces, permitiéndonos ver la realidad de una forma inesperada
y distinta. Es este uno de los motivos por los que me gusta la fotografía.
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