Hablando
el otro día con unos amigos “del gremio”, salió el tema de esos sesudos
individuos del mundo de la educación que andan dando cursos, cursillos y
cursetes por el mundo, aparte de tener sus muy personales relaciones con
políticos y editoriales.
Gustan
estos gurús de utilizar una expresión que, escucharla en determinados ámbitos y la
educación es uno de ellos, me da repelús. Es eso de evidencia científica. En esto
de educar me parece que hablar de evidencia científica es una solemne
imbecilidad, es una forma de dar autoridad y validez a una afirmación que, como
mucho, será una teoría más o menos sólida que más o pronto o más tarde será
sustituida por otra. Y lo triste es que hay gente, en general joven, que cuando
oyen las dichosas palabrejas piensan que ya se pueden creer lo que les están
contando.
Y es
que la pedagogía no es una ciencia, ni lo será nunca. Sí que hay ciencias que
pueden estar al servicio de la pedagogía, pero ésta, en sí misma, no lo es.
Puede y debe utilizarlas, pero no hay que confundirla con ellas.
La
pedagogía es, ante todo, la aplicación de la filosofía al hecho de educar si el
educador es honesto, y es una manipulación ideológica si el educador es idiota
o un sinvergüenza. Y una de las señales de que estamos ante uno de estos
individuos es que tenga la arrogancia de decir que sus planteamientos están
basados en evidencias científicas.
Si
realmente fuera una ciencia no sería continuo objeto de mangoneos políticos, ni
estaríamos siempre bailando en los colegios al son de los gurús de turno debidamente
coordinados con la universidad y los políticos. Tampoco necesitaría tener un
lenguaje repleto hasta la náusea de acrónimos y anglicismos con el objeto de
que suene todo a ciencia, y además sea hermético para los profanos, como los lenguajes
de las verdaderas ciencias.
Pero
ojo, no es la pedagogía menos por no ser ciencia. Es ante todo filosofía. Y eso
es ser mucho. Y ahí debería volver, al lugar de donde salió. Además querer ser
ciencia no le salvará de su enemigo mortal, la contaminación ideológica; la
filosofía sí puede evitar esto, o al menos minimizarlo.
Mi
planteamiento es que desde la humildad del verdadero filósofo hemos de reconocer
lo poco que sabemos de cómo hacer de un niño un hombre libre y feliz. Por eso,
con honestidad, seguir trabajando, los teóricos y los que estamos en “el frente”,
sin evidencias y mucho menos científicas, por hacer esta difícil tarea mejor
cada día.
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