Evocando
la luz y el color de los lagos del alto valle de Bohí. Era en Junio del 86 y
durante días no vimos a nadie.
Aún no
había entrado Julio, y en el alto valle de Bohi, a los pies del Montardo, la
breve primavera de la alta montaña se encontraba en todo su esplendor.
Las
nubes; la luz; la nieve; las flores en los prados aún pardos; los lagos, de un
azul profundo, rizados de nuevo por el viento... Y un rumor envolviéndolo todo:
el del agua, libre ya del frío.
Sí, es
el agua la protagonista indiscutible.
El
agua hecha nube, el agua hecha hielo, hecha nieve, el agua salvaje del torrente
y el agua serena del lago, el agua bárbara de la tormenta y tierna del rocío… Y
así, vivificada por el sol, moverá los insondables resortes de una profunda voz
biológica.
Y a su
convocatoria, la hierba brotará verde y pujante, las flores se abrirán a la
luz, y la vida, poco a poco, irá como cada año ascendiendo a las altas
montañas.
Entonces
será el verano.
Nota:
Este texto lo escribí el año 2006, evocando una estancia en el valle de Bohí
con dos buenos amigos. Y hoy, releyendo aquellas palabras, lo he compartido por segunda vez en el blog, echando
mucho de menos la lluvia y los Pirineos.
Doy gracias a Dios por haberte puesto en mi vida para darme a conocer su creación y vivir todo lo que compartimos todos allí. Y gracias a ti Jesús por haberme enseñado a descubrirlo por mí mismo. El recuerdo de esos momentos vividos siempre ha sido mi refugio cuando han llegado tormentas a mi vida. Muchas veces en la confusión ha venido a mi memoria lo que sentí allí. Entonces no sabía que cada día vivido en la montaña, en esa montaña, se iba a convertir en una ráfaga de luz que cruzaría los años para indicarme el camino de lo auténtico y verdadero, aunque yo tantas veces he tomado el contrario; luz para marcar la posición de la Roca firme en la que apoyarme. Gracias Jesús!!
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