La mayoría de esas 193 personas que murieron en aquellos salvajes atentados de hace hoy
quince años, deberían estar hoy entre nosotros. Y no lo están. Esto es lo que más
duele, porque aunque están bien los homenajes públicos, siempre que sean
sentidos y ciertos, y por supuesto los privados que se harán en el silencio y
la intimidad de muchas familias, lo ocurrido ya es pasado, sin vuelta atrás. Y
es terriblemente injusto.
Pero aún queda un homenaje que sólo la historia hará algún día. ¿Qué paso realmente?
¿Quién estuvo detrás y arriba de todo? ¿Cuál era el objetivo? ¿Se cumplió ese
objetivo? La versión oficial de los hechos nunca me convenció, y sigo pensando
que no es toda la verdad ni de lejos. Y es que quince años son pocos para este
homenaje pendiente. Pero sé que algún día llegará.
Y más
allá de las víctimas, los homenajes y los recuerdos, pienso también que aquel aciago día marcó
un antes y un después en la historia de la democracia. Creo que en aquel
momento murió el espíritu de la transición. Fue como cambiar las reglas del juego; ahora todo vale con
tal de mantenerse en el poder o llegar a él. El gobierno ocultando y
manipulando información, la oposición aprovechando la brutal conmoción social.
Hubiera
creído en la política si en aquel momento, gobierno y oposición, hubieran
pactado aplazar las elecciones formando un gobierno de concentración hasta que
el país hubiera podido votar desde la serenidad. Pero eso solo pasa en los
cuentos. La realidad es otra: la historia avanza a golpes de sangre.
Por
todo esto, el aniversario de hoy es muy triste. Primero por las personas que
perdieron su vida o quedaron marcadas para siempre, y después por lo que muchos
perdimos también aquel día, la confianza en nuestra joven democracia y la
ilusión por un futuro en paz y libertad, sin miedo, sin ira, como decía la
canción. ¿Os acordáis?
“Libertad,
libertad, sin ira libertad, guárdate tu miedo y tu ira, porque hay libertad…”
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