Acabo
de enterarme, son las diez de la mañana. En un pueblecito andaluz, un hombre apuñala
a su mujer que se debate ahora entre la vida y la muerte, y se suicida. Lo
presencia su hijo de siete añitos.
Pero
resulta que el caso tiene la peculiaridad de que el marido era abogado y
trabajaba precisamente en el ámbito de la violencia de género, o machista, o
como quieran llamarle. Era además una pareja muy conocida en el pueblo.
El
programa matinal en el que me he enterado, tras dar la noticia, ha iniciado una
tertulia sobre el asunto que he podido soportar unos escasos cinco minutos. Yo
no sé si aparte de hablar de lo que no saben y regodearse en el dolor ajeno, llegarán
a alguna conclusión. Yo sí he llegado.
Algo
estamos haciendo muy mal para que sigan produciéndose estas tragedias de un
modo casi cotidiano. Y el problema es que los que lo están haciendo tan mal
están convencidos de que son los grandes luchadores por la causa. O sea que van
a seguir haciéndolo mal.
En
primer lugar los políticos que, al utilizar descaradamente estas terribles
situaciones en su propio provecho de un modo maniqueo, simplón y tendencioso,
complican cualquier posible solución.
En
segundo lugar los medios de comunicación que, en un alarde de corrección
política, lo simplifican también todo, distorsionando la realidad que es mucho
más compleja de la que ellos describen.
Y ni
unos ni otros son conscientes, o si lo son les importa un bledo, de las
consecuencias que en muchas familias tiene diariamente el tratamiento que entre
todos le están dando a este problema.
El
hecho de que un abogado que trabajaba precisamente en ese terreno, casi mata a
su mujer en presencia de su hijo, y se suicida, debería hacernos pensar a todos
mucho. Sobre todo a los que más hablan de esto. Pero no, dirán que estaba loco o
algo así, y seguirán convencidos de que lo están haciendo bien, de que lo
estamos haciendo bien.
Por
muchas manifestaciones, duelos, leyes, dineros, discursos, tertulias que se
multipliquen sobre este doloroso problema, seguirá existiendo. Me remito a los
hechos. ¿No ven que no están cambiando nada? Y más me atrevo a decir, si no
cambian radicalmente el enfoque del problema, irá a peor.
Pero
no pasa nada. Los políticos seguirán a lo suyo, apretando más y más el
acelerador de un vehículo que no nos lleva a ninguna parte; los medios de
comunicación harán sus posturitas correctísimas y seguirán retozando en el
lodazal del dolor ajeno; y muchas familias sufrirán, con o sin denuncias, un infierno
oculto, hasta el día que, en algunos casos, este infierno salga a la luz en una nueva tragedia.
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