Por
encima de nuestras, muy a menudo, lamentables historias, la naturaleza sigue
ahí, tranquila, en paz, quizá ajena a nuestra capacidad de deteriorarla hasta
la destrucción, destrucción que también sería la nuestra.
Pero
mientras tanto ahí está, como un refugio, un refugio tan vulnerable como
quienes nos refugiamos en ella, en su belleza, en su soledad, en su silencio. Y
de vez en cuando nos hace regalos más allá del regalo que es ella misma.
Un
crepúsculo prodigioso, el aroma del bosque tras la lluvia, el verde limpio, las
gotas de rocío, las nubes blancas en el cielo azul, las siluetas de las
montañas que se pierden en el horizonte, una fuente, el murmullo del río, el
canto de los pájaros, el corzo que se queda mirándonos unos segundos antes de
perderse en el pinar, el estallido de flores en primavera…
O una laguna con la perfecta forma del corazón que dibuja un enamorado. Aquí la tenéis. No está muy lejos, pero hay que saber dónde está para encontrarla.
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