Estaba
extraño el monte esta tarde. Gris, oscuro, pesado, más por la calima que por la
nubes. Frío por el viento. Húmedo. Solitario y silencioso.
En mi
camino me he cruzado con un rebaño de cabras montesas. Las he visto yo antes
que ellas a mí, por el viento que soplaba de frente. Además, el ir solo, sin
correr, en silencio y con ropa de colores discretos, o sea lo contrario de lo que está de
moda, ayuda a estos encuentros.
Me he
sentado un ratito a contemplarlas, quieto, y cuando me he ido aproximando poco
a poco y me han visto, han seguido a lo suyo sin perderme de vista, hasta que
les ha parecido que me acercaba demasiado y se han perdido en el monte.
Me
gustan estos encuentros.
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