Era la
mañana serena y plácida. El sol brillaba en un cielo azul, y el aire en calma y
la temperatura suave invitaban al paseo sosegado por las callejuelas y placitas
de la ciudad que empezaba a despertarse poco a poco.
Hablo
de Santiago este sábado pasado. Tras la visita a la catedral, aún tranquila,
nuestro caminar nos llevó a la plaza de Cervantes, donde una librería, cuando
el tiempo lo permite, saca libros a la calle en unos expositores.
Y
allí, muy cerquita de donde vivió Rosalía de Castro, encontré un facsímil de la
primera edición, publicada en 1884, de su libro de poemas En las orillas del
Sar. Costaba entonces cuatro pesetas y especificaba cual era el único punto de
venta en Cuba, y que el precio, en el resto de América, lo fijarían los
corresponsales, según el cambio.
Para
mí una joyita más que tengo en casa.
Leyendo
hoy algunos poemas, junto al fuego, he encontrado uno que dedica a las encinas
y robles, y también a los pinos. Voy a compartir el fragmento que dedica a
estos últimos, tan nuestros. La naturaleza está muy presente en toda su
obra. Y no la describe como algo exterior a ella, sino como parte de ella
misma. Hay siempre un íntimo y emotivo diálogo entre ambas.
También
comparto tres fotos. Una, la de una señora, ya muy mayor, que parecía salida de
una novela, cuando fue a mirar libros (la desfiguro un poco por respeto a la
privacidad); otra, la de la casa donde vivió Rosalía de
Castro; y otra, la del libro del que hablo.
Una
mancha sombría y extensa
borda
a trechos del monte la falda,
semejante
a legión aguerrida
que
acampase en la abrupta montaña
lanzando
alaridos
de sorda
amenaza.
Son
pinares que al suelo, desnudo
de su
antiguo ropaje, le prestan
con el
suyo el adorno salvaje
que
resiste del tiempo a la afrenta
y
corona de eterna verdura
las
ásperas breñas
Árbol
duro y altivo, que gustas
de
escuchar el rumor del Océano
y
gemir con la brisa marina
de la
playa en el blanco desierto,
¡yo te
amo!, y mi vista reposa
con
placer en los tibios reflejos
que tu
copa gallarda iluminan
cuando
audaz se destaca en el cielo,
despidiendo
la luz que agoniza,
saludando
la estrella del véspero.*
El poema es muy clarito, pero quiero destacar eso de “son pinares que al suelo, desnudo de su antiguo ropaje, le prestan con el suyo el adorno salvaje”. El antiguo ropaje son los robles y las encinas que han sido talados. Hay una preocupación muy profunda en ella por el deterioro de la naturaleza y sus consecuencias incluso en la historia y la cultura de su querida Galicia.
*Véspero, atardecer. Estrella
del véspero, Venus.
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