Me
gusta la alta montaña. Su desnudez, su simplicidad, su geometría sencilla y
rotunda, pero no menos me gustan los bosques. De hecho, a menudo están al
principio y al final de muchas jornadas montañeras. Te despiden y te reciben
acogedores, cuando por la tarde, cansado y satisfecho regresas al valle.
Hoy es
el Día Internacional de los Bosques, y quiero hacerlo presente en el blog con
unas cuantas fotos de un bosque del Pirineo muy querido por mí, y un poema de Rosalía de Castro dedicado a los bosques.
Ese
bosque del que hablo lo he recorrido muchas veces, solo y en compañía. Con sol,
lloviendo, envuelto en brumas… Incluso he acampado en él una noche oscura y
húmeda envuelto en espesa niebla… No me dan miedo, al contrario, me siento en
ellos extrañamente protegido, cómodo, tranquilo.
El
poema de Rosalía de Castro, ya compartido en el blog, es una añoranza de los
bosques que fueron y ya no son. Hago hoy mías sus palabras pensando en tantos y tantos nuestros que tampoco están ya.
Bajo
el hacha implacable, ¡cuán presto
en
tierra cayeron
encinas
y robles!;
y a
los rayos del alba risueña,
¡qué
calva aparece
la
cima del monte!
Los
que ayer fueron bosques y selvas
de
agreste espesura,
donde
envueltas en dulce misterio
al
rayar el día
flotaban
las brumas,
y
brotaba la fuente serena
entre
flores y musgos oculta,
hoy
son áridas lomas que ostentan
deformes
y negras
sus
hondas cisuras.
Ya no
entonan en ellas los pájaros
sus
canciones de amor, ni se juntan
cuando
mayo alborea en la fronda
que
quedó de sus robles desnuda.
Sólo
el viento al pasar trae el eco
del
cuervo que grazna,
del
lobo que aúlla.
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