Es
la esperanza lo que quedaba esta tarde en pie, como ha dicho Juan, como un
puntito de luz. Un puntito de luz de esos tan débiles, tan lejanos, que parecen perderse en la nada, apagarse.
He
llegado a casa después del entierro de Federico, un padre de familia del
colegio, y he buscado en uno de esos libros que yo llamo de cabecera, el texto
que a continuación comparto, porque me apetecía leerlo, porque necesitaba
leerlo. Y lo comparto por si a alguien le sirve.
A mí
sí me sirve, sobre todo esos versos que dicen hasta que, la tarde final de
nuestra cita, salga Jesús a nuestro encuentro, y conozcamos a quien, sin verlo,
ya le amamos, y vayamos con él hasta la meta, donde la fe ya es gozo… y estos
otros nos dejaste una herencia pura, incorruptible, que tú nos reservas para el
día en que abriremos los ojos, sorprendidos por la luz y el color de tu regalo, igual
que un niño al que despiertan para enseñarle el juguete preferido…
Leedlo
completo, si queréis.
Te damos gracias, Dios,
Padre de nuestro hermano y amigo Jesucristo,
Padre también de todos nosotros,
que por la resurrección gloriosa de Jesús de entre los
muertos,
nos hiciste nacer de nuevo a la esperanza,
viva
como una rosa abierta,
como un primer amor,
como una espontánea carcajada.
Nos dejaste una herencia pura, incorruptible,
que no se agota
como el dinero, la finca o las acciones,
y que tú nos reservas para el día
en que abriremos los ojos,
sorprendidos por la luz y el color de tu regalo,
igual que un niño al que despiertan
para enseñarle el juguete preferido.
Por eso la alegría más joven nos rebosa
por los ojos y los labios del alma,
en medio de las pruebas de la vida,
en medio de la duda, de la lucha,
del silencio difícil o de la desnuda soledad.
Porque así también te sentimos cercano
te queremos,
así también te agradecemos,
recordando
lo que Jesús hizo un día por nosotros,
lo que nos haces tú
por medio de los hombres,
por medio de las cosas.
Hasta que,
la tarde final de nuestra cita,
salga Jesús a nuestro encuentro y conozcamos
a quien, sin verlo, ya le amamos,
y vayamos con él hasta la meta,
donde la fe ya es gozo, compartiendo
unas indefinibles vacaciones,
como nunca pudieron anunciarnos
las mejores agencias de turismo.
Al que los profetas anunciaron,
abriéndonos camino a las promesas,
esperamos nosotros sin cansancio,
con los lomos ceñidos, dispuestos a la marcha,
aguardando la hora del combate,
atentos al silbato de partida.
Un tiempo creímos, ignorantes,
que estábamos situados sin remedio
en el puesto inseguro de la feria del mundo,
consumiendo poco a poco
la despensa de los años.
Te damos gracias,
porque tú nos libraste del miedo y del vacío,
del dulce engaño de creer que todo está resuelto,
no con oro ni plata,
ni con estafa alguna,
sino por medio de Jesús,
con su ardiente palabra,
con su sangre preciosa,
con su recia promesa de victoria
que los vientos actuales de la historia repiten por el
mundo.
El texto es de Víctor Manuel Arbeloa, del libro Cantos de
fiesta y lucha.
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