…y el día 100 cayeron cuatro gotas mal contadas, y siguió el viento, el viento de poniente… |
Hoy
hace 100 días que no llueve, al menos sobre mi casa. Para ser exactos, en 100
días, mi pluviómetro ha registrado un litro y medio. Un litro y medio en 100 días.
A los
que viven de espaldas al medio ambiente esto les da igual. A los que nos
importa y a los que viven directamente de él, esto nos preocupa, nos enfada,
nos cansa.
¡Cuántas
ganas de ver llover, de escuchar la música maravillosa del agua al caer, de
oler a tierra mojada, a romero, a tomillo recién lavados! ¡Cuántas ganas de ver
la cortina que difumina el paisaje y devuelve la vida!
Cien
días sin llover es ya demasiado tiempo. Ya está haciendo demasiado daño. Un
daño imperceptible pero profundo. Un daño que no sale en las noticias como las
inundaciones, los pedriscos, las grandes nevadas, los vientos huracanados o las
olas salvajes. No, no sale, pero es tan demoledor o más que esas otras
manifestaciones brutales de la naturaleza que sí salen en periódicos y
telediarios. Esto mata sin hacer ruido, pero mata.
Cien
días sin ver llover. Y sigue. Ojalá estos fríos que dicen que vienen, acaben de
algún modo trayéndonos agua. ¡Ojalá! Y ojalá cese el maldito poniente. ¡Ojalá!
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