110 días sin llover.
Valoro
mucho los esfuerzos que la Televisión Española está haciendo para acercar la
historia a la gente. Las series de Isabel y luego de Carlos, o el Ministerio
del tiempo que se reinició este pasado lunes, son una forma interesante de
entretener y de paso enseñar aunque sólo sea un poco de historia. O como mínimo
de despertar un cierto interés por ella.
Y esto
es muy bueno, pues un pueblo que no conoce y por lo tanto no valora su pasado,
está abocado a repetirlo a modo de remolino estático al margen de la gran
corriente de la historia.
¡Pero
cuidado! Cuidado con qué historia “vendemos”.
El
pasado lunes el episodio estaba dedicado al Cid. Me dije, vamos a ver, porque
me lo veía venir. Y no me equivoqué. Y me desagradó.
Quedaba
muy clara la diferencia entre el Cid del Cantar, el de la literatura, el bravo,
el noble y el leal caballero castellano, y el Cid histórico. Hasta ahí muy
bien. De este último se dejaba ver, de un modo bastante claro, que era un
mercenario y una mala persona, pues la mismísima doña Jimena vive su muerte, imprevista y temprana, como una liberación, enamorándose del falso Cid, enviado
desde el siglo XXI, y que entrega su vida por salvar la leyenda.
No me
parece bien el enfoque. Una vez más entramos en el haraquiri histórico al que
somos tan aficionados en España. Una vez más nos entregamos a esa obsesión
malsana por destacar las sombras, sobre las luces de nuestra historia.
¡Pues
claro que el Cid histórico poco tiene que ver con el literario! Eso es una
obviedad. Pero si no queremos contemplar arrobados a don Rodrigo Díaz de Vivar
cabalgando sobre Babieca, Tizona en mano, por los campos de Castilla y las
tierras de Valencia en el siglo XI, al menos no juzguemos su figura histórica
desde la perspectiva del siglo XXI. Ni una cosa ni la otra.
No es
justo decirle a la gente que el Cid fue un mercenario. En plena Reconquista,
¿quién que pudiera serlo no era un mercenario? Y no comparemos la relación que
un hombre de nuestros tiempos, un buen hombre, pueda tener con una mujer, con
la que el Cid pudo tener con doña Jimena, por muy “tierno” que fuera.
El Cid
no era un mercenario en el sentido que le damos hoy a esta palabra. Era un
soldado del siglo XI. El Cid no era un machista, era un hombre del siglo XI. Un hombre de su tiempo, con sus luces y sus sombras, cuya vida dio lugar a un precioso texto, clave en la inmensa literatura del castellano.
Por
este camino de juzgar la historia desde nuestra visión actual del mundol, lo
único que hacemos es falsearla, y sobre una historia falsa, actuamos en el
presente hipotecando el futuro.
Y así
es como podemos llegar, por ejemplo, a que algún cantamañanas ignorante y necio,
quiera quitar el nombre del Cid a calles, plazas, pueblos, quiera quitar
monumentos, porque claro, ¿a santo de qué un mercenario, machista y matamoros (en sentido literal) va a tener una de las principales avenidas de Valencia con su nombre? Más de
uno sería capaz.
Cuidado
con la historia. Cuidado. Este primer capítulo de la segunda temporada del
Ministerio del tiempo no me ha gustado. Por lo demás, la serie muy bien. Es
buena idea. A seguir adelante. Pero con cuidado. No está el horno para bollos.
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