Asisto
asombrado a esa ola de miedo e indignación que recorre nuestro país desde el
espectacular subidón de Vox en las últimas elecciones. Y subrayo las palabras
miedo e indignación. Y observo también con qué poco sentido crítico se afronta
el hecho. Frases lapidarias, posturas radicales, descalificaciones acaloradas;
de todo menos analizar por qué ha ocurrido esto.
Vaya
por delante que soy de los que piensan que ni Vox ni Podemos deberían haber
surgido nunca, y que el que estén ahí, y no de adorno, es un hecho al que no se
puede responder ni con prejuicios, ni con descalificaciones ni con insultos.
Aunque sólo sea porque hacer esto es profundamente contrario al pluralismo
democrático y una falta de respeto a los ciudadanos que, haciendo uso de sus
derechos, han votado a estos partidos.
Pero
voy a centrarme en el impresionante y más que previsible ascenso de Vox.
¿Por
qué en vez de subirse a la “figuereta”, como se dice por aquí, no se analiza de
verdad el asunto? ¿Por qué no se busca la raíz de lo ocurrido? Si tanto miedo
da, si tanta repulsa produce, ¿por qué no se arranca de raíz ese tan pernicioso
árbol, como si fuera el único pernicioso, que ha crecido en el “solar patrio”? Pero
no, lo intentan talar, quemar… así retoñará.
Habría
que arrancarlo de raíz, como a otros, y la raíz es el ansia de libertad de
millones de personas que están hasta más arriba de las narices de la tiranía
brutal de lo políticamente correcto; de la incoherencia y la demagogia acrítica
de la llamada progresía; de la imposibilidad de expresar tus opiniones sin que
te insulten o desprecien, si no son las oficiales; de la dificultad de vivir tu
vida según tus principios, si no son acordes a la ideología dominante.
Paradójicamente
el auge de Vox no es más que un grito de libertad, (desearía que nadie sacara
de contexto estas palabras) porque no hay que olvidar que, más allá de los que
se han decido a votarles contra viento y marea, están los que estuvieron a
punto de hacerlo y no se decidieron, y los que nunca lo harían, pero les parece
bien que otros lo hayan hecho, aunque nunca lo dirán. Son mucha, mucha gente, demasiada.
Sólo
hay una forma de arrancar el árbol. Reencontrarnos con la libertad, con el
pluralismo, con el respeto al diferente. Plantar cara al que etiqueta,
desprecia, descalifica a todo aquel que no es de su cuerda. Plantar cara a los que
funcionan a base de prejuicios. Plantar cara a quienes no analizan nunca nada
porque eso pondría en duda sus ideas. Plantar cara al que se siente en posesión
de la verdad, como dueño y señor de la única verdad, la suya. Y sobre todo superar la historia de una puñetera vez.
Me da
mucha pena decirlo. Yo viví veinte años de dictadura. Ciertamente no podía
decir lo que pensaba, sobre todo en cuestiones sociales y políticas. Ahora,
hace ya tiempo, tampoco puedo.
Yo no
quiero un partido como Vox, como tampoco uno como Podemos, pero en una
democracia, mientras respeten la Constitución, tienen derecho a existir; y sé
que su existencia, no ellos, nos denuncia a todos, políticos y ciudadanos, y
nos dice que no lo estamos haciendo bien.
El día
que lo hagamos bien, que nos reencontremos con la democracia y la libertad, Vox
y Podemos se debilitarán convirtiéndose en partidos minoritarios. Pero serán
los dos, los dos los que deberán debilitarse de modo natural en futuras
elecciones. Si siguen ambos ahí, o sólo se debilita uno, será señal de que lo
estaremos haciendo rematadamente mal, de que una vez más estaremos malogrando otra
oportunidad histórica de reconciliarnos, de progresar de verdad. Será señal de
que habremos tomado, otra vez, el camino al infierno.
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