Un
miércoles por la mañana, a estas horas, desde que tengo uso de razón he estado
en un colegio. Primero de alumno, luego de “profe”. Excepto en vacaciones,
cuando estuve malito y cuando hice la
mili, ¡claro!
Hoy
no, ya es el segundo miércoles que no. Y es el Día del Maestro, san José de Calasanz. Por eso, de un modo muy especial, desde
la tranquilidad jubilosa de la jubilación, valga la redundancia, escribo estas
líneas para dedicar un bonito poema de Gabriel Celaya a todos los que durante
largos años han sido mis compañeros.
Les
regalo, os regalo, el poema y la palabra maestro, porque esa palabra es un
regalo. Si os habéis fijado, no me he llamado a mí mismo maestro, me he llamado
“profe”. Es vanidad llamarse uno a sí mismo maestro. Pienso que sólo el alumno
tiene el inmenso poder de llamar a su profesor maestro. Y la libertad de
hacerlo. Y como yo sé que he sido alumno vuestro, en muchos aspectos y momentos, tengo
ese poder y esa libertad.
Compañeros maestros, desde infantil hasta bachiller y ciclos, os regalo esta
palabra y este poema. Y os deseo que cuando miréis atrás sintáis que, por duro
que esté siendo, por duro que que haya sido el camino, estará valiendo la pena, habrá valido la pena.
Maestros,
un abrazo y ¡feliz día!
Educar
es lo mismo
que
poner un motor a una barca
hay
que medir, pesar, equilibrar...
... y
poner todo en marcha.
Pero
para eso,
uno
tiene que llevar en el alma
un
poco de marino, un poco de pirata...
un
poco de poeta...
y un
kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero
es consolador soñar mientras uno trabaja,
que
esa barca, ese niño,
irá
muy lejos por el agua.
Soñar
que ese navío
llevará
nuestra carga de palabras
hacia
pueblos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar
que cuando un día
esté
durmiendo nuestra propia barca,
en
barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario