Me he
sentado ante el ordenador. No sé por dónde empezar. De verdad que no lo sé.
Pero como quiero seguir escribiendo, porque necesito seguir escribiendo voy a
hacerlo con la palabra que me envuelve en este momento como el agua cuando te
tiras a la piscina. ¡¡¡Gracias!!!
Estos
últimos días intentaba imaginar cómo sería mi última clase. Era filosofía de
4º, y el tema que había elegido, la libertad. Sabía que cuando acabara la clase, estaría saliendo por última vez de un aula, después de 37 años…
Ni en
el más delirante de mis sueños imaginaba la despedida que alumnos y compañeros
me han regalado, porque ha sido un regalo de proporciones inabarcables. Mis compañeros, el aula
decorada para la ocasión, la frase ¡oh capitán, mi capitán!, bien grande, las
hermosísimas palabras que me han dirigido mis últimos alumnos, que un día compartiré en el blog, la
tarta... Y cuando creía que ya estaba todo,
y era mucho y muy bonito, ese pasillo, ¡buf! ese pasillo…
En mi
cabecita resonaban unas palabras que se han hecho grito cuando bajaba por la
escaleras, Señor no soy digno, Señor no soy digno… Abrumado
y desbordado, estaba y estoy.
Por
eso sólo puedo dar gracias desde lo más hondo de mi ser esta tarde de noviembre.
Gracias
a mis compañeros a los que sé que voy a echar de menos. Buenos y malos ratos,
ilusiones y desengaños, proyectos, noches vigilando en pasillos, entrevistas,
palabras, miradas, almuerzos… Gracias por haberme entendido y aceptado como
soy. No sé, todo y tanto.
Gracias
a mis alumnos, a los miles de alumnos (algunos, ya papás, estaban hoy también
en el cole) que he tenido a lo largo de 37 años. Como hoy les he dicho, he
aprendido más yo de ellos de lo que he podido enseñarles, y sobre todo gracias les
doy por haberme sentido siempre acogido por ellos. Y gracias por la vida nueva
y joven en la que me han envuelto, y que he gozado.
Gracias
a Isabel, mi esposa, mi compañera del alma y mucho más, que ha estado siempre,
siempre, siempre a mi lado, en todo momento y circunstancia. Y en tantos años
pasa de todo. Y ¿vosotros sabéis la tranquilidad, la paz que da saber que por
alta que venga la ola, ella siempre esta ahí, lista para apoyar, curar, vendar,
ilusionar, celebrar…?
Gracias
a Dios. Y lo digo muy en serio, no como una frase hecha. Volviendo la vista
atrás veo cada vez con más claridad su presencia tan rotunda como misteriosa,
tan discreta como eficaz, en mi vida a lo largo de todos estos años. Necesitaré
tiempo para entender, aunque sea un poco, su caminar junto a mí.
¿Estoy
contento de jubilarme? Pues sí, claro. No me aburriré. Me seguirá faltando
tiempo. Más tiempo, más libertad. ¡Genial! Pero esa alegría no quita la pena,
¿por qué no decirlo? de no volver a una aula. El martes pasado, en lo que fue
mi penúltima clase, puse las sillas en círculo para la actividad que íbamos a
hacer. Y cuando me senté entre ellos, como uno más, me sentí acogido,
inmensamente cómodo, y sentí un estremecimiento… Sabía que los echaría de
menos. Y eso me dio pena.
Pero
es la vida, y días como hoy son como una luz que te marca el camino, como un
hito de esos que te indican el itinerario cuando no hay sendero. Y se agradecen
tanto esa luz y ese hito.
En
fin, escribiré más sobre estas cosas. Escribir me ayuda a entender la vida, a
poner las cosas en su sitio. Y sé que necesito tiempo para ello. Ahora tendré
un poquito más.
Una
vez más gracias y perdón por todo lo que durante estos años no haya hecho bien,
por el daño que le haya podido hacer a alguien, que siempre habrá sido en
contra de mi voluntad.
¡¡¡Gracias!!! Y que Dios os bendiga a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario