Hay
palabras que se me atragantan hasta el punto de negarme a utilizarlas o de utilizarlas
sólo en plan de cachondeo y pitorreo. Una de ellas es el sustantivo
inclusividad y el adjetivo inclusivo.
Empezemos
por decir que el sustantivo inclusividad no está en el diccionario de la RAE.
Estará, ¡qué remedio! A la fuerza ahorcan, como dice el refrán. Más pronto que
tarde estará, pero el hecho de que de momento no esté, nos indica que en casi
1000 años no ha hecho puñetera falta.
Respecto
al adjetivo inclusivo hay que decir que sí está en el diccionario, y significa
que incluye, ¡claro!, o sea lo contrario de exclusivo que significa que excluye
a todos menos al que tiene el privilegio de la exclusividad.
Una
palabra existente y un palabro inventado que ahora, de repente, hacen tanta
falta que es difícil oír hablar a alguien “importante” sin que las utilicen un
montón de veces. Y casi siempre para decir obviedades, sandeces y tonterías,
muy abundantes en la educación y la política.
Pero estén
o no estén en el diccionario, lo importante es la filosofía que se esconde
detrás de estas dos palabras, filosofía elevada a los altares de lo
políticamente correcto, y por lo tanto, fuera ya de cualquier posible análisis
crítico.
Y aquí
quería llegar. A la vergüenza que da ver cómo en aras de esa inclusividad,
desde el ámbito político, y en contra del académico, se ha lanzado un ataque,
tan feroz como ridículo, contra el buen uso del lenguaje. Y casi todo el mundo
ha claudicado, desoyendo a la RAE que sólo advierte y propone con argumentos
lingüísticos, mientras acata las imposiciones de partidos y sindicatos cuyos
argumentos son puramente ideológicos. Y nótese que he dicho que la RAE propone,
mientras partidos y sindicatos imponen. Hay una diferencia.
Y si
entramos en el ámbito educativo el asunto es peor todavía, porque siendo la pedagogía
una ideología rebozada de ciencia, ha sido absolutamente permeable a esta
mandanga de la inclusividad haciendo un daño terrible sobre todo a los más
desfavorecidos. Daño que irá a más porque ahora cualquier profe o “profa” que
no sea muy, muy inclusivo es un enemigo a exterminar, a excluir y diluir en la
nada. Y el innovador daño continuará.
Se
puede hablar correctamente, sin excluir a nadie, sin imbecilidades inclusivas.
Se puede educar integrando, acogiendo, respetando, sin gilipolleces inclusivas.
Se puede y se debe.
Pero
bueno, un servidor, a la vista de los acontecimientos de estos tiempos que corren, prefiere
excluirse de las inclusividades incluyentes e inclusivas. Y dicho sea de paso, me excluyo también de los
millones de españoles que estarán viendo ahora el debate. También me excluyo.
Prefiero dormir tranquilo.
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