¿Y qué
es lo peor? Lo peor es que sé que estoy entre las víctimas, y conmigo, millones
de personas, de la debacle que se nos echa encima. Porque soy sólo un
trabajador que vive de su sueldo, y a partir de mañana un jubilado que habrá de
vivir de su pensión, sin más patrimonio que el moral de haber servido a su país
casi 40 años desde su puesto laboral, la educación.
La
inestabilidad política provocada por el delirio catalán y la incapacidad de
alcanzar acuerdos de consenso y moderación de nuestros representantes, unidas a
unos planteamientos económicos inviables en la realidad del mundo en el que
estamos, van a provocar una nueva y honda crisis social y económica que vamos a
pagar los de siempre. Dar alas al independentismo y cargarse la reforma laboral
serán los primeros pasos.
A
estas alturas de mi vida hay algunas cosas que tengo muy claras, pocas, pero
claras. Y una de ellas es que el dinero es miedoso, y huye de escenarios como
el que ha iniciado el abrazo de Pedro y Pablo.
Tiene
que ser joven e incauto o rematadamente imbécil el que piensa que rompiendo la
Constitución, cortando autovías, gritando en las calles, persiguiendo a
empresarios (pues son los malos por principio y definición) vamos a alcanzar la
justicia social y el bienestar de todos.
No, el
dinero se irá, los ricos y poderosos pondrán a buen recaudo sus fortunas, y sus
iniciativas atracarán en otros puertos más seguros. Porque España, en manos de
un socialismo comunista, y en proceso de descomposición, ya no será segura para
hacer negocios.
Y como
ya he dicho, lo pagaremos los de siempre. Porque yo soy consciente de que en el
mundo en el que estoy, vivo de las migajas que me echan los que se gastan 1000,
2000 3000 euros o más, mucho más, cualquier día en una cena. Pero quiera o no
vivo de ellos. Y vivo con dignidad. Y ya sé que hay quien ni eso, demasiados.
Que no
es justo, ¡claro! Que urge un mejor reparto de la riqueza, ¡claro! Pero ahí no
se llegará espantando a quienes tienen y gestionan esa riqueza. Porque si ellos
se van, porque pueden irse donde y cuando quieran, sé que el estado no me
mantendrá, porque no tendrá de donde sacar ni un euro para hacerlo.
Yo no
tengo acciones, pero si la bolsa baja eso me afecta. Yo he tenido trabajo toda
la vida, pero el paro, me afecta. Yo no soy autónomo, pero cuando un autónomo,
cansado, cierra, eso me afecta. No conozco a ningún gran empresario, pero
cuando una gran empresa se va a otro país más seguro, eso me afecta. No tengo
ni un hotel, ni un restaurante, pero cuando dejen de venir turistas, eso me
afectará…
Voy a
poner un ejemplo duro y hasta desagradable. El capitalismo es como un banquete
donde los comensales tiran a los perros lo que les sobra. Y los perros están
gordos y “bien criaos”. Si no hay comensales, los perros pasarán hambre. Y
siempre habrá comensales y perros.
Y nada
puede cambiar mientras no cambie la naturaleza humana. El comunismo, todos
comensales, es una utopía que exige una categoría moral a todos los ciudadanos
de la que estamos infinitamente lejos. Por eso, su aplicación, en el grado que
sea, sólo produce dolor y sufrimiento, y acaba castigando a la gran mayoría, que
somos los perritos.
Por
eso, viendo la que se nos viene encima, si fuera rico, famoso o importante, si
fuera comensal, me exiliaría. Pero no lo soy. Soy un perrito que con lo que me
echan me basta para vivir con dignidad, porque mi vida no está en el poder, ni
el dinero; discurre por otros caminos, Gracias a Dios.
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