Pasear
en otoño por un parque y encontrarse con una barca amarrada a la orilla es algo
profundamente poético. Y melancólico. Pero muy bello.
Me
paré un momento y contemplé en silencio la escena. Hacía frío y la luz del día,
tamizada por un cielo gris, se apagaba.
Sí, me
detuve un momento, y el tiempo también se detuvo, y escuché en el silencio
quieto un breve poema de Antonio Machado que me hablaba del paso del tiempo.
¡El
paso del tiempo! Palabras que me envolvieron de un modo extraño en un momento
de mi vida en el que soy muy consciente de ese trascurrir de las horas y los
días.
Aquella
barca en el estanque, el árbol vestido de otoño, el frío, el cielo gris, la
tarde cayendo, las palabras de Machado… Fue una breve e intensa experiencia
poética.
Daba
el reloj las doce... Y eran doce
golpes
de azada en tierra...
¡Mi
hora! ...Grité. El silencio
me
respondió: No temas;
tú no
verás caer la última gota
que en
la clepsidra tiembla.
Dormirás
muchas horas todavía
sobre
la orilla vieja,
y
encontrarás una mañana pura
amarrada
tu barca a otra ribera.
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