En un
lugar perdido en la serranía de Cuenca, en medio de un frondoso pinar, hay un
grupo de robles impresionantes. No sé cuántos años pueden tener, pero no me
extrañaría que fueran unos humildes arbolillos en tiempos de Cristóbal Colón. Los
encontramos por casualidad hace ya algún tiempo y hoy hemos vuelto a verlos. Es
toda una experiencia.
Con
los colores del otoño, y desafiando a un viento impetuoso y gélido, eran hoy en
el pinar, muy verde, como una llama cálida
de fuerza y resistencia. Como un símbolo de la voluntad de vivir contra viento
y marea.
Y al
llegar a casa, faroleando por internet he encontrado un bonito poema del poeta
colombiano Julio Flórez dedicado a uno de sus hijos, donde habla del roble. Lo
comparto a continuación.
A mi hijo, León Julio.
¿Ves ese roble que abatir no
pudo
ayer el huracán que asoló el
monte
y que finge en el monte un
alto y rudo
centinela que mira el
horizonte?
El rayo apenas lo agrietó;
sereno
sobre su vieja alfombra de
hojarasca
se yergue aún como retando al
trueno
que la furia azuzó de la
borrasca.
Se tú como ese roble: que la
herida
que abra en tu pecho el dardo
de la suerte
sin causarte escozor sane
enseguida.
Labora y triunfa como sano y
fuerte
para que el lauro que te da la
vida
flote sobre el remanso de la
muerte.
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