Andábamos
ayer por la noche por una calle cualquiera de una bonita
ciudad francesa. Había llovido y una leve brisa cortaba la cara, pero, abrigados se estaba
bien.
Al
otro lado del río, un río en cuyo nacimiento he estado mil veces, el casco
antiguo de la ciudad, iluminado, brillaba en la noche. Hice una foto y un
momento después volví a hacer otra, al suelo, al que nadie fotografía; había allí una hoja que conservaba un lecho de humedad y brillaba también, a la luz de las farolas.
La torre y la hoja. ¡Son
las dos tan hermosas! Y es que la belleza no está sólo en lo grande, ¿verdad?
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