Esta
madrugada que viene entrará el invierno, el astronómico porque el otro, el de
toda la vida, no parece tener intención de visitarnos.
Dejamos
atrás un otoño, en lo meteorológico, para olvidar. La estación más bonita del
año, al menos para mí, me ha resultado enormemente desagradable. Y parece que
la nueva estación va a seguir siéndolo.
Y
sobre la mala leche que estos vientos secos y excesivos que nos acompañan desde
el uno de noviembre me produce, sobrevuelan las palabras de ese imbécil que
desde su alta sabiduría medioambiental dijo eso de que el monte no puede ser un
jardín.
Aún
humeaba un incendio en Gátova que había llegado hasta Segorbe, y yo pensé, si
no puede ser un jardín será un desierto. Pero a usted ¿qué? A usted y a los de
su calaña ¿qué les importa?
Será
el cambio climático ¡claro!, será el cambio climático. Eso será…Sí, eso es.
Pero ustedes ya tienen tranquilas sus conciencias con sus reuniones de alto
nivel, sus letreritos bilingües, sus fantoches mediáticos y sus interesados
flirteos con los verdes, tan preocupados por las focas orondas de Madagascar y
otros asuntos no menos importantes.
En
fin, el viento sigue golpeando las ventanas y aullando en la chimenea, y hace
un calor asqueroso.
¡Feliz
invierno!
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