Con permiso de Juan Ramón Jiménez voy a compartir un bonito texto
sobre la Navidad, que está en Platero y yo, cambiándole el final. Haciéndolo
más actual, más cierto, más nuestro.
El texto empieza describiéndonos una tradición de su tierra en la
que, en la tarde de Nochebuena, encienden una hoguera a la que llaman candela.
¡La candela en el campo!... Es tarde de Nochebuena, y un sol opaco
y débil clarea apenas en el cielo crudo, sin nubes, todo gris en vez de todo
azul, con un indefinible amarillor en el horizonte de Poniente... De pronto,
salta un estridente crujido de ramas verdes que empiezan a arder; luego, el
humo apretado, blanco como armiño, y la llama, al fin, que limpia el humo y
puebla el aire de puras lenguas momentáneas, que parecen lamerlo.
¡Oh la llama en el viento! Espíritus rosados, amarillos, malvas,
azules, se pierden no sé dónde, taladrando un secreto cielo bajo; ¡y dejan un
olor de ascua en el frío! ¡Campo, tibio ahora, de diciembre! ¡Invierno con
cariño! ¡Nochebuena de los felices!
Las jaras vecinas se derriten. El paisaje, a través del aire
caliente, tiembla y se purifica como si fuese de cristal errante.
Y luego la cena, la familia reunida come y ríe. Pero pronto, aún
no han acabado, el chavalín, la chavalina, a menudo menor de edad, que estaba
pero no estaba, se levanta, se despide, se viste de fiesta y se lanza a la
calle con los suyos, a celebrar su Nochebuena.
Música le llaman, litronas, alcoholes varios, porros, pastillas,
algún polvo si se tercia, y hasta que el cuerpo aguante. Volverá a casa rayando
el alba. La mañana de Navidad es para dormir y cerrar así la fiesta.
Y todos tan contentos. Son jóvenes. ¿Quién no lo ha sido? ¡Qué le
vamos a hacer! Es lo normal… ¡Qué triste!
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