Si ayer, Isabel y yo, despedimos el año con una felicitación “patatera”, deseando que este, ya
empezado, sea mejor, es porque preparando una noche de estas un hervidito para
cenar, me la encontré, a la patata bicéfala, me pareció graciosa y la indulté, otorgándole el privilegio de no acabar en la cazuela y entrar en el ancho mundo
de las redes sociales... No obstante tiene su sentido, si queréis buscárselo.
Pero mucho más sentido, y desde luego, mucho más explícito, es el precioso poema que nuestro amigo José Luis escribió ayer a modo de despedida del 2020. Y con él quiero empezar este año en el blog, agradeciéndole que lo escribiera, lo compartiera conmigo recién “salido del horno”, y me permitiera publicarlo hoy. Lo titula El último día del año.
Te parece que
has llegado
hasta el
último día de este año infinito,
como se fuera
una altísima cima escalada.
Y sin embargo,
es él quien hasta ti ha llegado
con el
silencio de una serpiente ignota,
con el sigilo
de un escorpión furioso.
Pues no son
tus pies los que te han llevado,
ni siquiera el
pulso de tus venas,
ni alterado, el pálpito de tu corazón.
Enseguida
pretendes hacer balance
y como si
fueras un viejo tendero,
ponderas cuál
es su peso,
cómo es su
textura,
cuál, la
ganancia.
Y no sabes que
es él quien te ha conducido
por estos caminos de extravío
y solo él sabe
qué es lo que ganar has podido,
y qué pérdidas
lamentables te ha dejado.
¡Oh
tiempo,
quién entre
las manos pillado te tuviera!
Y en la boca
reseca, con regusto cansado,
la sed que
nunca cesa.
Tal vez
mañana, tal vez mañana
brote por fin el agua fresca
y el hombre
reviva su esperanza.
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