Hace
ya mucho tiempo que se impuso la moda, por decirlo de algún modo, de no llamar
a nada por su nombre, bien utilizando anglicismos, siglas o circunloquios. De
eso en educación sabemos mucho.
Siempre
he creído que el motivo de fondo de todo esto es el deseo de edulcorar la
realidad para que quede “más monina”, pensando ingenuamente que así nos hará
menos daño. Porque la realidad, a veces duele, y no pocas veces, porque aunque la mona se vista de seda, mona se
queda.
Esto,
cuando los días, los meses y los años se sucedían con una cierta tranquilidad,
nunca completa, resultando molesto era hasta cierto punto soportable; pero
todo ha cambiado, y la brutalidad contundente de la realidad actual hace que
esas gilipolleces lingüísticas se me hagan del todo insoportables, hasta el
punto de apetecerme soltarle un soberano sopapo a cada uno de los soplapollas,
con perdón, que actualmente hacen gala de estar muy al día con un lenguaje
políticamente correctísimo. Tendría demasiada "faena".
No, no
voy a hablar hoy de la imbecilidad del padres, madres, clientes, clientas y
demás majaderías referentes al género. Hoy voy a comentar dos estupideces que
han saltado a la palestra recientemente y que van en el mismo ridículo paquete de las
cuestiones referentes al masculino y femenino en el lenguaje.
Una de
ellas es el debate que se montó alrededor de la expresión toque de queda.
Escuché a señores, muy importantes y sesudos, decir que eso sonaba mal,
resultaba muy duro al oído, y que habría que llamarlo de otra manera menos agresiva.
Como si llamarlo de otra forma cambiara en algo la gravedad de la situación que
exige una medida tan dura y agobiante. No sé el tema cómo acabó, porque no
quiero saberlo, prefiero no indagar.
La
otra, la escuché a raíz de la reciente gran nevada. Ahora resulta que ya no se
dice zona catastrófica, se dice zona de especial afectación o algo así. ¡Se
tiene que ser imbécil! Dígale al señor que se le ha caído el techo encima que
lo suyo no es una catástrofe, es una afectación especial. Dígaselo, que igual
las afectadas especialmente son sus narices. No sé tampoco el asunto en qué ha
acabado, pero lo intención va por ahí.
No es
tiempo de ocultar con ñoñerías la realidad. Es tiempo de llamar a las cosas por
su nombre. Y el toque de queda es toque de queda con todas las de la ley, y una
zona catastrófica es una zona catastrófica, porque zona catastrófica está
siendo la sociedad entera desde hace ya casi un año, y negar eso es de ser
tonto del bote, del haba, del culo o vete tú a saber de qué, pero tonto “rematao”.
Porque
solo podremos intentar cambiar la realidad, al menos intentarlo, si la miramos
cara a cara y la llamamos por su nombre. Eso para empezar.
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