Hablaba
en la anterior entrada de los miedos y prejuicios. Miedo a tomar decisiones que
puedan restar votos, y prejuicios propios de otros tiempos que, en virtud de la
cargante y profunda imbecilidad del paradigma falso de las derechas y las izquierdas,
impiden un análisis de la realidad objetivo, previo a cualquier actuación
eficaz.
Empezaremos
por los miedos. Miedo a gestionar de un modo razonable el impacto de las
carreras de montaña, los corredores y las bicicletas en el medio natural. Están
causando verdaderos destrozos, algunos irrecuperables, sobre todo en la red de
senderos, y en algunos lugares fuera de ellos. Miedo a acometer reformas
legislativas sobre la propiedad privada, para facilitar la adecuada
intervención en los montes. Miedo a restringir determinada actividades o a
controlar aforos en muchos parajes que no pueden soportar la presión deportiva
y turística. Se les llena la boca con la palabra sostenibilidad, y no tienen lo
que hay que tener para aplicarla a aquello que realmente necesita ser
“sostenido”.
Siguiendo
por los prejuicios, hemos de poner el dedo en el más incapacitante de todos, la
aversión sistemática, y a menudo irracional, hacia todo lo privado. Hay un
hecho. No hay economía nacional que tenga la capacidad de soportar el coste de la
gestión del medio ambiente. Es decir, no hay dinero público para pagar la
adecuada atención de nuestros montes y zonas forestales. Por eso están tan
abandonados. El monte ha de ser rentable, como lo era antes de que al dejar de
serlo se abandonara.
La
única salida eficaz son las empresas de gestión medioambiental que gestionan
los montes aprovechando la biomasa. Generan puestos de trabajo en las zonas
rurales fijando población, aportan riqueza y previenen plagas e incendios.
Pero
para ello hay que hacer concesiones de extensos territorios a largo plazo a estas
empresas para que su intervención les sea rentable. Y eso supone reformas
legislativas sobre la propiedad del entorno natural y una inspección exhaustiva
por parte de las autoridades de esa intervención. Y superar la atávica aversión
a lo privado, permitiendo la gestión privada con control público.
Y el
caso es que no veo otro camino para que nuestros montes y bosques vuelvan a ser
sostenibles. Ahora no lo son. Y los adalides de la sostenibilidad, si tuvieran
un poco de vergüenza, tendrían que cargar sobre su conciencia el imparable
deterioro de la naturaleza que nos rodea. Los páramos que fueron bosques, las
fuentes secas, los senderos destrozados, los inviables y peligrosos pinares
rebrotados que pronto serán de nuevo pasto de las llamas…
Pero
da igual. Estas dos entradas tampoco tendrán muchas visitas, o sea que estas
palabras no son más que voz que clama en el desierto. En el desierto que será,
porque “nuestros montes no pueden ser un jardín”.
Este
letrero, que he visto parecidos en muchos sitios, situado muy cerca de aquí,
resume muy bien las agresiones a nuestro medio natural. A la vista está que a
algunas de estas advertencias no le hacen ningún caso, y ninguna autoridad hace
nada para evitarlo.
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