Ya a
principios de abril, en las zonas más bajas, cerca del mar, las amapolas nos
dicen que es primavera, y poco a poco van a ir llenando con su rojo intenso
nuestros montes y campos, ascendiendo conforme el tiempo pasa hasta principios
de junio. Y en las regiones más altas y frías florecerán ya casi en verano. Es
como una ola de color que desde el mar trepa poco a poco a las tierras más
altas. Y su fin, allí, marca el inicio del estío.
Ahora,
en la Serranía, están en todo su esplendor, regalándonos un espectáculo de una
belleza abrumadora. Bordeando los caminos, delimitando campos, decorando
ribazos, entre los pinos, los romeros y los tomillos, en los trigales, la
cebada o el centeno, junto a los arroyos, exhiben su rotunda presencia, y su
belleza inaprehensible; no podemos hacer un ramo de amapolas, mueren en cuanto las
sacas de su tierra.
Son de una belleza rotunda, frágil y efímera.
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