Si no
lo veo no lo creo. Y desde luego, no encuentro palabras para calificar la
decisión de las autoridades de hacer firmar a todos aquellos menores de 60 años
un consentimiento para que se les administre la segunda dosis de astrazeneca.
Imagino que con el objetivo de que si luego les pasa algo, es su
responsabilidad, yo me lavo las manos. ¿Para qué ha firmado?
Después
del desconcierto y el miedo generado durante meses, desconcierto y miedo de oscuras y turbias
causas ajenas a la medicina, alrededor de la vacuna británica, y de haber
vacunado con la primera dosis ya a muchísima gente, en educación a todos, dejar
la decisión de cómo acabar el proceso de inmunización en manos de los
ciudadanos de a pie, me parece una cabronada de dimensiones inimaginables.
¿Qué
criterio puede tener una persona, ajena del todo a la medicina, para tomar esta
decisión estrictamente médica? Ese miedo, solo ese miedo sembrado durante meses
por la incompetencia de los políticos a través de los medios de comunicación.
En una
situación de confusión y miedo, con un profundo hartazgo y con un tímido
principio de esperanza amenazado por la incertidumbre, hay que tomar una
decisión médica sin ningún dato objetivo, y sin ningún asesoramiento en el que basarse para tomarla.
De
verdad que no lo entiendo. Esto va a generar más preocupación y más ansiedad todavía
en muchísima gente que no tiene ni la más ligera idea de qué es lo mejor. Y no
tiene por qué tenerla. ¡Cómo si no hubiéramos soportado ya bastante
preocupación y bastante ansiedad!
Las
dos opciones son buenas, nos dicen, pero para completar la vacunación con la
misma vacuna con la que se empezó, hay que firmar que asumo yo la
responsabilidad de lo que me pase. ¿Yo? ¿Qué se yo, por Dios? El sentido común
me dice que empezar con una y acabar con otra no está claro. Pero para que me
pongan la misma he de firmar. ¿Tan peligrosa es? Y si no lo es, ¿por qué he de
firmar?
Este
planteamiento de la firmita de marras lo veo inadmisible, y aún más, delictivo.
Es un delito forzar a que la gente tome una decisión tan importante, tanto a
nivel personal como colectivo, sin más criterio que el único que le han dado,
el miedo. Porque lo demás es confusión.
Habrá
quien dirá, pues yo ninguna de las dos, “¡a fer la ma, gilipollas!” Y eso,
desde luego, no es bueno. Pero es una reacción perfectamente comprensible, y
justificada.
Ni
estos, ni los que firmen, ni los que no firmen, son responsables de nada. Los
responsables son los imbéciles que nos han llevado a esta lamentable situación.
De verdad que si fuera millonario los denunciaba, porque seguro que este
desacato estará tipificado en el código penal.
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