Me
comentaban el otro día que tenía “manías meteorológicas”, y que después de todo
tan natural es el poniente como el levante, y la lluvia como la sequía. Y eso es
verdad. Por eso voy a explicar mis “manías” que se incrementarán de cara al
verano, como siempre. Lo sé; y bien que me fastidia.
Yo,
más que “manías meteorológicas” las llamaría conciencia medioambiental, y bien
viva, muy a mi pesar. Porque a mí, personalmente, no me molesta el poniente, ni
las temperaturas altas, como tampoco me molesta el levante o el frío. Ni la
niebla, ni la lluvia, ni la tormenta. La naturaleza es como es.
Lo que
me molesta, y mucho, es el impacto que determinados fenómenos naturales tienen
sobre un medio ambiente, el nuestro, abandonado a su suerte desde hace muchos
años; por muchos parquecitos que haya, con sus letreritos y sus vallitas de
madera la mar de monas.
No
habiendo, como no hay, una gestión integral y a largo plazo de nuestros montes
y bosques, con el cambio climático en marcha y el abandono del mundo rural, convertido,
en el mejor de los casos, en polideportivo al aire libre, el poniente, y más en
verano, es una bomba de consecuencias devastadoras.
Hemos
perdido, he perdido, maravillosos parajes devorados por el fuego y abandonados
después, que están ahora verdes, a la espera de otro incendio, pues son masas
de pinos pequeños intransitables o matorral, también intransitable. Pólvora.
Por
esto me preocupo, sobre todo en verano, cuando no llueve, cuando suben las
temperaturas demasiado, y sobre todo cuando entra el poniente. Y no es por mí,
es por nuestro medio ambiente.
Si
viviera en una tierra donde de verdad se respetara la naturaleza y se
gestionara con inteligencia el medio ambiente, disfrutaría también de esos días
tórridos de cielos azules, de crepúsculos prodigiosos, que nos trae el poniente
en verano. Y no me agobiaría tanto cuando la lluvia se olvida de nosotros, cosa
normal en el clima mediterráneo.
Pero
no es el caso. Quizá sea un poco excesiva mi conciencia medioambiental, es
posible; pero si conocieran sólo la mitad de los parajes perdidos por el fuego
que yo conocí, de los que aún vivos penden de un hilo, de los senderos
destrozados por bicis y motos, de las fuentes que antaño manaban, y de las que
yo bebí, quizá me entenderían mejor los que piensan que tengo “manías
meteorológicas”.
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