Hay
ahora un anuncio que ha tomado como referencia la historia de David y Goliat.
Por poco que veáis la tele lo habréis visto ya. Me llamó la atención porque me
pareció inteligente, y entre tanta basura publicitaria se agradece algo bien
hecho, al margen de que sea más o menos verdad lo que se publicita.
Y
pensé, este spot parte de la curiosa base de que la gente conoce la historia de
David y Goliat, que está en la Biblia. Y sí, es cierto que hoy día una inmensa
mayoría conoce esta historia.
Pero
también es cierto que, según los planes de estudio, en esta España nuestra, al
cabo de unos años, muchos niños no tendrán ni la más mínima idea de quienes
fueron estos señores, porque las autoridades educativas se están empleando a
fondo para erradicar toda referencia religiosa que pueda “alienar” a nuestros
niños y jóvenes.
Hay
que ser muy fanático e inculto, ambos rasgos suelen ir unidos, para ignorar,
despreciar y ocultar el hecho religioso presente en nuestras vidas, y empeñarse
en que no sea trasmitido a las nuevas generaciones. Nuestra historia; nuestra
pintura, nuestra escultura, nuestra arquitectura, nuestra música, nuestra
literatura, nuestra gastronomía, nuestras tradiciones, nuestro lenguaje, y
tantos otros aspectos de nuestra cultura, no pueden entenderse cabalmente sin
la religión, le pese a quien le pese.
Por esto,
la religión es un elemento básico, necesario e imprescindible, al que tienen
derecho las nuevas generaciones, para poder vivir en plenitud la riqueza del
mundo en el que han nacido. Y debía ser asignatura obligatoria en todos los
colegios e institutos del país.
Ahora
bien, la religión como elemento cultural. No la fe. No es lo mismo. La
trasmisión de la fe debe darse en otros ámbitos, la familia, la parroquia, las
comunidades de creyentes, las asociaciones juveniles confesionales, las
relaciones personales…
Pero
todos tienen derecho, sean creyentes o no, a tener una formación religiosa
sólida. No hace falta tener fe para conocer la historia de David y Goliat y
saborear toda su riqueza, que no es poca. Ni el conocerla tiene por qué llevar
a nadie a tener fe.
Porque
es, aparte de una historia bíblica, un cuento bonito para contar a los niños. Y
al joven, débil e indefenso frente al poderoso guerrero, se lo encontrará
después ese niño, cuando no sea tan niño, en pinturas, en esculturas, en la
música, en el lenguaje, incluso en su propia vida, sirviéndole quizá, para
tener ánimo cuando sabiéndose David tenga que enfrentarse a los muchos Goliat
que te encuentras en la vida.
No, nadie
tiene derecho a mutilar en nombre de no sé qué extraña liberación, nuestra
propia cultura. Nadie tiene derecho a empobrecer la formación de nuestros niños
y jóvenes privándoles de un elemento tan esencial para entenderla. Nadie tiene
derecho a ocultar a las nuevas generaciones que somos lo que somos y como somos,
en gran parte por todo ese tejido que nuestros antepasados elaboraron durante siglos
para relacionarse con Dios, creamos o no en su existencia, tejido riquísimo al
que llamamos religión.
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