Regresaba
esta tarde de una excursión por las montañas de Santo Espíritu, cuando andando
por el camino que lo rodea, llegando ya al coche, se ha producido uno de esos
momentos redondos, perfectos.
Tarde
tibia, cielo muy azul, el sol, ya bajito, iluminando la montaña de la cruz que
se eleva sobre el pinar. Nadie. Sólo se oían los trinos de los pajarillos en el
silencio. Y entonces, las campanas tocando las ocho de la tarde. Poco después,
un tañido diferente llamando a la oración.
Nos ha
envuelto una inmensa sensación de paz. ¡Qué bien se está aquí y ahora! El
momento, breve después de todo, parecía tocado de eternidad y de infinito.
Y no
lo digo porque quede bien o resulte más o menos literario, sino porque es
verdad. Porque es verdad. Una verdad que a menudo se nos va, como el agua entre
las manos. Pero que existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario