Empezando
porque eso de que el estado de alarma decae esta noche está mal dicho, y
acabando porque nos pasa directamente al estado de desmadre, no me hace ninguna
gracia este “decaimiento”. Levantarme mañana sabiéndome mucho más desprotegido
que hoy, no me resulta plato de buen gusto.
Pero
no quiero hablar de la incomprensible (lo haré solo un poquito) dejación de funciones del Gobierno,
pasándole la patata caliente a los jueces que tienen ahora la difícil
alternativa entre aplicar la ley o el sentido común. No quisiera estar yo en su
piel. Un mesecito más hubiera asegurado el verano. Así, veremos.
Pero
esto no me sorprende. Lo que sí me ha sorprendido es que todo el mundo habla de
que el estado de alarma decae. ¡Cómo que decae!
El
verbo decaer indica proceso. Decae el vigor con la edad, decae el equipo de
fútbol que va a peor, decae el bareto al que cada vez van menos clientes, decae la fiesta cuando la gente se larga…
Pero
el estado de alarma no, ¡merluzos! No hay proceso alguno. Hoy sí, mañana no. No decae,
se acaba, finaliza, termina, concluye, pero no decae. A no ser que sea esto de
decaer un término jurídico que de serlo, por muy jurídico que fuera, estaría mal
utilizado desde un punto de vista lingüístico. De hecho no está registrado como
tal en el diccionario de la RAE.
Pero
nada, todo el mundo tan contento diciendo que decae. Lo que decae, lo que está
en decadencia es la inteligencia, el saber hablar, la responsabilidad, la
honestidad… Eso sí decae, pero el estado de alarma no.
Hay
que ser tonto.
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