FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Sobre la dignidad humana. ¿Existe?

 

Es hoy día de polvareda mediática sobre los homenajes a las víctimas del terrorismo y a sus asesinos. Cruces de declaraciones, actitudes claras y rotundas, otras ambiguas o más o menos forzadas por un lado y por el otro.

Quiero ir más allá de todo esto. Quiero reflexionar sobre la dignidad humana. ¿Existe?

Pienso, con todo convencimiento, que una persona que ha quitado la vida a otra, y no en un arranque de cólera, y que sigue además sin arrepentimiento alguno, no tiene ningún derecho, ni el derecho a la vida. Tampoco los que le apoyan y justifican. Es lo justo, el ojo por ojo, la ley del talión. ¿Por qué va a tener derecho alguno quien ha privado del más básico, el de la vida, a un semejante?

Pero este pensamiento no puede ir en mí más allá, no debe, aunque el cuerpo así me lo pida, aunque la rabia y la indignación se hagan fuertes cada vez que veo a gente jalear a asesinos, justificarlos o mirar a otra parte.

Y entonces me pregunto, ¿dónde me puedo apoyar para no desear ardientemente la muerte de esos desgraciados? ¿En qué principio moral superior? Y si existe, ¿de dónde emana ese principio? Pero lo más alto que llego es a la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y pienso que después de todo, eso no es más que un acuerdo internacional cuyos postulados han sido votados democráticamente, que se interpretan y aplican según conveniencia, y que podrían ser abolidos también democráticamente.

No me vale. Hay a quien sí le vale; a mí no, aunque respeto mucho a quienes creen en la dignidad humana sin más referencia que la propia humanidad.

Porque pienso que esos principios, enteramente válidos, se basan en una supuesta dignidad que los hombres nos hemos atribuido a nosotros mismos por el miedo que nos tenemos los unos a los otros, y no por otro motivo. Porque nuestra capacidad de generar sufrimiento y destruirnos es inmensa. Y lo sabemos. Y nos asusta.

Concluyo pues que si la fuente de donde brota la dignidad humana no es más que el miedo, dudo de que realmente tal dignidad exista, y el abismo, no nuevo por cierto, se abre a mis pies.

Estoy al borde.

Y entonces, como dice el salmo, levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor…

Sólo a la fe me puedo amarrar, como a clavo ardiendo, para no caer a ese abismo. Porque el hecho de saberme y saber que todos los hombres, sin excepción, son hijos de Dios, es lo que nos otorga la dignidad de la que emanan todos los derechos, incluso los de los que privan de ellos a los demás. La dignidad nos viene por ser Hijos de Dios.

Porque la dignidad humana no puede ser consecuencia de un acuerdo democrático, de un consenso universal, pues todo lo humano es frágil, cambiante, perecedero, discutible. Que le pregunten a Hitler o a Stalin de dónde viene la dignidad humana. Tiene que venirnos de mucho más allá de la justa y necesaria Declaración Universal de Derechos Humanos.

Y mucho más allá esta Dios.

Y aquí está Dios. También aquí.

Por eso, esta sociedad que parece empeñada en prescindir de Dios, en ignorarlo, en recluirlo como más en los templos, va camino del abismo. Del abismo personal del odio sin perdón, que mata al que odia; del abismo social al que conduce ese odio sin perdón, enfrentando, dividiendo y oscureciendo el futuro. 

Jesús, muerto en la Cruz, es todos y cada uno de esos hombre y mujeres asesinados por los terroristas. Y también los terroristas están muertos en la cruz, aunque aún vivan y ni si quiera se hayan arrepentido.

Y yo necesito a ese Hombre crucificado, creer en Él, porque sólo así puedo pensar que exista la dignidad humana, y sólo así puedo defenderme de la rabia y el odio contra toda esa gente, rabia y odio que sé que al final acabaría devorándome.

Por esto, por Jesús muerto y resucitado, ese párrafo terrible del principio de la entrada, que reproduzco para acabar, no es cierto, aunque a veces, a duras penas lo mantengo a raya. Y ruego a Dios que nunca lo sea.

Pienso, con todo convencimiento, que una persona que ha quitado la vida a otra, y no en un arranque de cólera, y que sigue además sin arrepentimiento alguno, no tiene ningún derecho, ni el derecho a la vida. Tampoco los que le apoyan y justifican. Es lo justo, el ojo por ojo, la ley del talión. ¿Por qué va a tener derecho alguno quien ha privado del más básico, el de la vida, a un semejante?

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