Es hoy
día de polvareda mediática sobre los homenajes a las víctimas del terrorismo y
a sus asesinos. Cruces de declaraciones, actitudes claras y rotundas, otras
ambiguas o más o menos forzadas por un lado y por el otro.
Quiero
ir más allá de todo esto. Quiero reflexionar sobre la dignidad humana. ¿Existe?
Pienso,
con todo convencimiento, que una persona que ha quitado la vida a otra, y no en
un arranque de cólera, y que sigue además sin arrepentimiento alguno, no tiene
ningún derecho, ni el derecho a la vida. Tampoco los que le apoyan y
justifican. Es lo justo, el ojo por ojo, la ley del talión. ¿Por qué va a tener
derecho alguno quien ha privado del más básico, el de la vida, a un semejante?
Pero
este pensamiento no puede ir en mí más allá, no debe, aunque el cuerpo así me
lo pida, aunque la rabia y la indignación se hagan fuertes cada vez que veo a
gente jalear a asesinos, justificarlos o mirar a otra parte.
Y
entonces me pregunto, ¿dónde me puedo apoyar para no desear ardientemente la
muerte de esos desgraciados? ¿En qué principio moral superior? Y si existe, ¿de
dónde emana ese principio? Pero lo más alto que llego es a la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Y pienso que después de todo, eso no es más que
un acuerdo internacional cuyos postulados han sido votados democráticamente,
que se interpretan y aplican según conveniencia, y que podrían ser abolidos
también democráticamente.
No me
vale. Hay a quien sí le vale; a mí no, aunque respeto mucho a quienes creen en
la dignidad humana sin más referencia que la propia humanidad.
Porque
pienso que esos principios, enteramente válidos, se basan en una supuesta
dignidad que los hombres nos hemos atribuido a nosotros mismos por el miedo que
nos tenemos los unos a los otros, y no por otro motivo. Porque nuestra
capacidad de generar sufrimiento y destruirnos es inmensa. Y lo sabemos. Y nos
asusta.
Concluyo
pues que si la fuente de donde brota la dignidad humana no es más que el miedo, dudo
de que realmente tal dignidad exista, y el abismo, no nuevo por cierto, se abre
a mis pies.
Estoy
al borde.
Y entonces,
como dice el salmo, levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el
auxilio? El auxilio me viene del Señor…
Sólo a
la fe me puedo amarrar, como a clavo ardiendo, para no caer a ese abismo.
Porque el hecho de saberme y saber que todos los hombres, sin excepción, son
hijos de Dios, es lo que nos otorga la dignidad de la que emanan todos los
derechos, incluso los de los que privan de ellos a los demás. La dignidad nos
viene por ser Hijos de Dios.
Porque
la dignidad humana no puede ser consecuencia de un acuerdo democrático, de un
consenso universal, pues todo lo humano es frágil, cambiante, perecedero,
discutible. Que le pregunten a Hitler o a Stalin de dónde viene la dignidad humana.
Tiene que venirnos de mucho más allá de la justa y necesaria Declaración
Universal de Derechos Humanos.
Y
mucho más allá esta Dios.
Y aquí
está Dios. También aquí.
Por
eso, esta sociedad que parece empeñada en prescindir de Dios, en ignorarlo, en
recluirlo como más en los templos, va camino del abismo. Del abismo personal
del odio sin perdón, que mata al que odia; del abismo social al que conduce ese
odio sin perdón, enfrentando, dividiendo y oscureciendo el futuro.
Jesús,
muerto en la Cruz, es todos y cada uno de esos hombre y mujeres asesinados por
los terroristas. Y también los terroristas están muertos en la cruz, aunque aún
vivan y ni si quiera se hayan arrepentido.
Y yo
necesito a ese Hombre crucificado, creer en Él, porque sólo así puedo pensar
que exista la dignidad humana, y sólo así puedo defenderme de la rabia y el
odio contra toda esa gente, rabia y odio que sé que al final acabaría
devorándome.
Por
esto, por Jesús muerto y resucitado, ese párrafo terrible del principio de la
entrada, que reproduzco para acabar, no es cierto, aunque a veces, a duras
penas lo mantengo a raya. Y ruego a Dios que nunca lo sea.
Pienso,
con todo convencimiento, que una persona que ha quitado la vida a otra, y no en
un arranque de cólera, y que sigue además sin arrepentimiento alguno, no tiene
ningún derecho, ni el derecho a la vida. Tampoco los que le apoyan y
justifican. Es lo justo, el ojo por ojo, la ley del talión. ¿Por qué va a tener
derecho alguno quien ha privado del más básico, el de la vida, a un semejante?
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