Un día
de estos, charlando de todo un poco con unos amigos, no sé cómo, saltó la frase
de que el Cid era un mercenario. Me puse en guardia y aclaré que no iba a
permitir que esa afirmación quedara ahí, como un dardo envenenado, clavado en
medio de la tertulia, y quién sabe si en el ánimo de alguno de los presentes.
Esa
afirmación es rotunda y radicalmente falsa, injusta y tendenciosa; y no va
contra quien parece ir, don Rodrigo Díaz de Vivar, quien les importa un bledo a
los que se la inventaron y la extienden, sino contra el alma misma de este país
que, con sus luces y sus sombras, jugó un papel crucial en la historia, y aún
existe, aunque haya quien lo niegue, que se llama España.
El
asunto es muy sencillo, si prescindimos de prejuicios, fruto de la incultura, y
ocultas intenciones.
Don
Rodrigo Díaz de Vivar fue un personaje histórico que vivió en el siglo XI y que
se comportó, según los datos que tenemos, como un hombre de su tiempo. Cuando
la península era tierra de moros y cristianos que se aliaban o se enfrentaban entre
sí según los intereses del momento, religión aparte, hablar de que un guerrero
era un mercenario, es una solemne imbecilidad, sin ningún tipo de
justificación. El concepto de mercenario, tal y como lo entendemos hoy, no es
aplicable de ningún modo a aquella sociedad.
La
literatura, en una obra monumental, y por cierto anónima, y en otras menores, eleva
al personaje a la categoría de mito, situándolo entre la historia y la leyenda,
y haciendo de él depositario de una serie de valores que siguen siendo válidos
hoy en día, y que no son difíciles de rastrear a lo largo de nuestra historia.
El
régimen de Franco utiliza el mito según sus propios intereses, como cualquier
régimen político lo hace, el actual también, con aquellos personajes del pasado
que les pueden resultar útiles para la consecución de sus objetivos, a menudo
inconfesables. Y como Franco utilizó al Cid elevándolo poco menos que a los
altares, el Cid tiene que ser ahora rematadamente malo, como si don Rodrigo
Díaz de Vivar tuviera algo que ver con que lo ensalzaran entonces y lo
arrastraran por el fango ahora.
No hay
más misterio en el asunto.
La
incultura y el fanatismo, con ese revanchismo fuera de tiempo y lugar, de un
sector de la población de este país, en su incapacidad de superar la historia,
han arremetido contra un personaje que no fue más que un hijo de su tiempo, y
que la literatura convirtió en héroe, dotándolo de esos valores de los que
ellos carecen, y que son, por cierto, valores universales.
Y
estos valores, más literarios que históricos, están presentes en el nacimiento
de España, como lo están en Inglaterra o en Francia, que también tienen sus
héroes, y por cierto, menos reales que el nuestro. Y denostar la imagen del
Cid, es privar a España de esos mitos fundacionales legendarios, alrededor de
los que se crea la memoria colectiva de un pueblo y su propia identidad. Y este
es el verdadero objetivo que se persigue al decir que el Cid era una
mercenario.
Por ello,
esta afirmación es, como ya he dicho, injusta y falsa, y responde a la
incapacidad de algunos de asumir y superar la historia, incapaces de ver con la
mínima claridad y respeto, más allá del 18 de julio de 1936.
Ni más
allá de aquel fatídico día, ni más adelante de hoy mismo.
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