También
paseando por el fondo del valle de Pineta, leyendo los textos en los árboles,
leí éste que me he guardado para compartir el primer día de clase con alumnos.
Es de Albert Camus, y se lo escribió a su maestro cuando recibió el premio
Nobel de literatura.
Querido
señor Germain:
He
esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días
antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que
no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre
y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que
era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que
dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la
oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo
asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso,
continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos que, a pesar de los
años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.
No sé
cómo sería la escuela en aquellos tiempos. Sí sé cómo es ahora, una nave a la
deriva, sin velas ni timón, zarandeada por vientos violentos y cambiantes en un
mar encrespado; siempre con miedo a encallar o zozobrar, sin arribar nunca a
puerto seguro. Por eso creo que de los pocos consuelos que quedan a quienes,
singladura tras singladura, hacen frente a los elementos, es pensar que
alguien, algún día, aunque no lo escriba, aunque no sea premio Nobel, pueda
pensar lo que Albert Camus escribió.
Y
haber navegado, y seguir navegando sin esperar tal recompensa, tan solo por
fidelidad a la propia vocación. Ese es el otro consuelo, el más importante.
¡¡¡Feliz
curso!!!
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