Andaba
por el monte esta mañana, poco después de las 6, de noche cerrada, sin luna, y
bajo las estrellas que brillaban en una atmósfera limpia y casi fría, tras las
tormentas de ayer. Se estaba muy bien.
El
inequívoco sonido de algún animal cerca de mí, me hizo enfocar hacia allí la
luz de la frontal. Y justo, dos ojillos brillantes me miraban moviéndose
primero para quedarse quietos después. Era un zorrito joven.
Como
no se movía, y yo tampoco, pensé en hacerle una foto con flas, pero lo
asustaría y no me pareció bien, así que traté de fotografiarlo a la tenue luz
de mi linterna. De todas las que hice sólo en una se puede apreciar algo, sobre
todo esos ojillos que parecían querer retener toda mi pobre luz.
Como
el bicho seguía allí, inmóvil, mirándome, continué mi camino. Lo que suele
pasar es que entonces se esconda en el bosque, pero no, no fue así.
Para
mi sorpresa saltó al camino y se me acercó deteniéndose a unos pocos metros. Yo
paré también, y él empezó un gracioso correteo delante de mí. Seguí andando y mi
compañero matutino inició una divertida danza siempre delante, alejándose y
acercándose, como un perrito feliz cuando su amo lo saca de paseo.
Así,
sorprendido y contento, anduve con él un buen trecho, hasta que en una revuelta
del camino se perdió en la noche, entre los pinos.
Seguí
andando, seguía siendo de noche, y en la soledad y el silencio, acudió a mi
mente el recuerdo de una persona y un libro. No es difícil adivinarlo.
La
persona era San Francisco de Asís, y el libro, El Principito. El hermano zorro,
que explica al Principito el sentido de su amistad con la rosa. Fraternidad con
la naturaleza y con los hombres; ese era el mensaje.
Ha
sido una bonita forma de empezar el día.
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