Hay
ocasiones en las que la literatura acude a mí, cual el Séptimo de Caballería a
defender la caravana de colonos sitiados por los indios. Valga el símil, aunque
creo que quienes tenían razón eran los indios que, a fin de cuentas, estaban en
su casa.
Aquí
está el fragmento del poema que ha acudido hoy en mi auxilio. Es de Gabriel
Celaya, y se titula La poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía para el pobre, poesía
necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos
trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar
un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes,
porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden
ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida
como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se
desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no
toma partido hasta mancharse.
Pobre
y a golpes tratado me siento, sin casi poder decir que soy quien soy, porque no
soy como ellos, porque no pienso como ellos, porque no creo en lo que ellos
creen.
Esos
golpes, ese silencio está impuesto con la violencia sorda de leyes injustas,
sectarias, apoyadas sólo en una aritmética parlamentaria que quiebra y que
enfrenta.
En el
nombre de la libertad, el progreso, el cambio, se están haciendo y diciendo
auténticas atrocidades. Se está legislando desde el más refinado fascismo, eso
sí, bien disfrazado, muy bien disfrazado. Se está consintiendo lo que una
sociedad democrática y de verdad libre, no debería consentir jamás.
Pero
ante esto tenemos la palabra. La palabra como bálsamo y como arma. Como bálsamo
al ver nuestro pensamiento, nuestro sentimiento escrito por otro y proclamado
al mundo. Como arma cuando hablamos, cuando escribimos con respeto y claridad.
Cuando no nos escondemos en un silencio cómodo y cómplice, o en palabras
huecas, a menudo falsas.
Maldigo
con el poeta, no sólo la poesía concebida como un lujo cultural por los
neutrales, sino la palabra falsa y embaucadora. Maldigo la palabra vacía de
contenido pero útil para manipular. Maldigo el silencio del que no se moja, del
que mira a otra parte, del que sintiéndose cómodo y seguro deja a los demás que
se busquen la vida como puedan.
Y maldigo,
pero entiendo, esa frase de que todos los políticos son iguales, falsa y burda
generalización que nos lleva a las fauces de los “salvadores de la patria” que
“sólo piensan en la gente”. O a la estéril e injusta neutralidad.
Hay
que hablar. Aunque nos dé miedo. Con respeto, con previa reflexión, pero
hablar. Sé que da miedo hoy en día mostrar tus cartas boca arriba, hecho éste
que demuestra que nos están quitando libertad. Y sé que el ladrón de esta
libertad, es ese nauseabundo revanchismo, a menudo heredado, de demasiada gente, que les lleva a reproducir aquello que les han enseñado a odiar, haciéndoles semejantes a
lo odiado. Y esto hay que decirlo alto y claro. Y decirlo muchos. Y decirlo sin
odio.
La
poesía es un arma cargada de futuro. La palabra es un arma cargada de futuro.
Pero la palabra honesta, limpia, conciliadora, libre de prejuicios, abierta al
otro. Esa es la palabra que abre, que nos lanza al mañana. Esa es la palabra que
necesitamos. Y esa palabra necesita de quienes la proclamen al viento, a los
cuatro vientos.
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