FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 31 de enero de 2017

Se acabó la sequía.



Se acaba enero, el tercer mes consecutivo con más de 100 litros de lluvia, y con la guinda de una nevada histórica. En noviembre 104 litros, 148 en diciembre y este mes 163. 415 en tres meses, meses de días cortos y fríos, que permiten que el agua se quede, y penetre, y lleve la vida a la tierra. Desde 1998 al menos, esto no sucedía.
La larga sequía que tanto daño hizo está herida de muerte. Y si la próxima primavera es lluviosa, muerta. Sí, la sequía volverá a azotarnos pero, probablemente, quede ahora lejos ese día. Así es nuestro clima.
Disfrutemos ahora del agua que corre por ramblas y barrancos; de las fuentes que han rebrotado; de las charcas y lagunas que ni tan siquiera sabíamos que existieran; y de la nieve que sigue y seguirá cubriendo nuestras montañas más altas.
Y preparémonos para una primavera espectacular. Los almendros ya la anuncian, y el verde sano y vigoroso que surge por doquier no es más que un aperitivo de lo que se avecina.
Estoy contento, sí. He esperado largos años para poder escribir unas líneas como éstas. Me alegra ver cómo la vida vuelve a nuestra tierra. Una vida que hará hermosos incluso esos paisajes rotos que, aunque no serán ni sombra de lo que podrían ser, desde su degradación y abandono, se vestirán también de primavera, humildemente.

lunes, 30 de enero de 2017

Como un cuadro roto.



No dejan de sorprenderme los chiquillos. Cuando menos te lo esperas, y a menudo quien menos te lo esperas, dice o hace algo que te recuerda de un modo abrumador la inmensa responsabilidad que tenemos los adultos, todos, y más los que directamente vivimos y trabajamos con ellos.
Hace algún tiempo vimos una película en clase, y en el análisis posterior que hicimos entre todos, salió el tema de los Reyes Magos. Uno de los asuntos de los que estuvimos hablando fue el del momento en que se encontraron con “Sus Majestades de carne y hueso”.
Todos recordaban el cuándo y el cómo, y a todos les impactó el descubrimiento de un modo u otro. A nadie le resultó indiferente. Compartimos entre todos la experiencia de aquel momento que marca un antes y un después en la infancia.
Y ante la pregunta de cuáles fueron sus sentimientos al enterarse, ¿sabéis que nos dijo uno de ellos? Me quedé como un cuadro roto. Así, textualmente. Y siguió muy serio. Yo, sorprendido tanto por las palabras como por la forma de expresarse, sólo acerté a decirle, ¡qué metáfora más bonita! Se lo había dicho un adulto de su entorno familiar más próximo, en un arrebato de “mala leche”. Nos aclaró.
Sí, qué metáfora más bonita, más profunda, más triste. Yo no sé si él vislumbró de algún modo la profundidad de lo que decía. Pero desde luego sí sé que le salió de muy hondo.
No es difícil caer en la cuenta que ese cuadro roto es la infancia. La inocencia de la infancia. La magia de la infancia. Aquel momento fue como darse de bruces contra el mundo real. Y eso duele.
Pero yo no quería que se fueran a casa con la imagen triste del cuadro roto. Quería que descubrieran que sigue habiendo magia. La magia de unos “reyes” de carne y hueso que con más o menos esfuerzo, con más o menos ilusión, desde sus vidas, a veces muy duras, se acuerdan de ellos y se emocionan con sus caritas de asombro y su alegría la mañana de Reyes.
Es nuestra responsabilidad que el cuadro no se quede roto. Decirles que se puede recomponer. Ayudarles a recomponerlo. Es nuestra responsabilidad.

domingo, 29 de enero de 2017

No todo vale, por roto que esté el paisaje.


         Ciertamente que ni necesita ni merece comentario la foto de la anterior entrada. Es suficientemente explícita. Pero sí merece la pena analizar, aunque sea brevemente, el proceso que nos ha llevado al punto de que algo así pueda suceder.
Antaño nuestros montes estaban habitados. La población se dividía entre el pueblo y multitud de aldeas y masías diseminadas entre campos y montañas. Y aquella gente, conocía y cuidaba el mundo que le rodeaba porque se sabían parte de él. Cuidaban los pinares y se calentaban con la leña que les daban, y comían sus frutos, y recogían sus setas, y cazaban. Cuidaban los campos, y el ganado y las aves de corral y vivían de ello. Cuidaban, en suma, lo que de algún modo era su propia casa.
Progresamos, dicen, y las aldeas y masías se fueron despoblando a la vez que los pueblos grandes, y sobre todos las ciudades, crecían y crecían. Y poco a poco el monte quedó solo, abandonado a su suerte. Y el abandono llevó al deterioro, a un deterioro lento y silencioso, pero implacable. Muchas sendas y caminos se perdieron. Los bancales, que tanto esfuerzo costaron de levantar, se fueron derruyendo invadidos por la vegetación descontrolada. Las masías y corrales, vacíos, abiertos a los cuatro vientos, fueron convirtiéndose en ruinas, poco a poco, una tras otra. Y el pinar se hizo intransitable, transformándose en un polvorín.
Y nadie hacía nada. Incluso hubo quien pensó que eso era bueno. Que había que dejar a la naturaleza libre, cuando el ecosistema mediterráneo ha evolucionado en interacción estrecha con el hombre desde hace más de 2000 años. Cegados por estúpidas ideologías dictaron la sentencia. ¡Dejad el monte a su aire!
Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó el fuego y nadie lo pudo parar. Y se sucedieron grandes lluvias, que arrastraron la tierra fértil al mar, y largas sequías que facilitaron el desarrollo de plagas. Eso, aquí es lo normal. Y entonces algunos empezaron a darse cuenta de que nuestros montes nos siguen necesitando aunque nosotros creamos que ya no los necesitamos para nada.
O sí. Sí los necesitamos. Los necesitamos para divertirnos. Para practicar en ellos nuestros deportes y nuestros juegos. Para nuestras aventuras de urbanitas. Para desahogarnos de nuestras presiones. Para quemar adrenalina.
Y esta es la última parte del triste proceso. Nos lanzamos de mil maneras a un paisaje roto, degradado hasta la vergüenza, sin el más mínimo respeto. Y destrozamos los senderos, que son para pies y no para ruedas. Y arrojamos al suelo la botellita de bebida isotónica y el sobre del gel que tomamos para aguantar más rato haciendo el burro. Y llenamos el coche de barro hasta el techo, dejando el camino hecho trizas…Pero, ¡y lo bien que lo hemos pasado!
Y, para acabar, sobre los restos tristes y feos de un paisaje que fue hermoso, dejó el individuo, bien visible, la cámara pinchada. Es como mearse sobre el cadáver del vencido. Encima mofa y escarnio.
Urge replantearse el modo en que nos acercamos a la naturaleza. Tendremos que empezar a asumir que no todo vale, por mucho que me guste, por roto que esté el paisaje. Hay que pensar por dónde me voy a meter, con qué vehículo voy a hacerlo, cuándo y cómo lo haré, qué haré con mis botecitos y mis sobrecitos, qué impacto va a tener lo que haga en el monte y en los que puedan estar también en él. 
Porque aún puede haber futuro. No vale eso de que yo me lo paso bien; los que vengan detrás que arreen. Al menos a mí no me vale. Propongo a los que tengan esa filosofía que cojan un día a su hijo, a su nieto, a su sobrino aun bebé y le digan, ¿ves qué chulo es lo que hago y qué bien me lo paso? Pues tú no podrás hacerlo, al menos por donde lo hago ahora.

Corrales de las Bodegas viejas de Torres. Estaban rodeados de pinares y cultivos de secano.

La puerta, ya abierta, de la masía de La Mocha. Se conserva sobre el dintel una imagen de la virgen de la Cueva Santa.

Puerta a una masía abandonada de Liria cuyo nombre no he localizado.A la derecha quedaban los corrales.

Interior de una de las estancias de esta esta masía, aún bien conservado.

La estancia del hogar en una casa de los corrales de las Bodegas viejas de Torres.

Yo he visto este camino discurrir entre espesos pinares.

Y he caminado por esta rambla en sombra, en pleno mes de julio.

Sendero inutilizado por las ruedas de motos y bicis. Ellos la empiezan y el agua acaba la faena.

Atardece. La silueta del pinar muerto es todo un símbolo.