FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

sábado, 19 de agosto de 2017

El regalo de Espierba.

Llovió abundantemente toda la noche. Por la mañana seguía lloviendo, así que nos quedamos en el valle que la tormenta había trasformado en todo un espectáculo. El Cinca bajaba fuerte, turbio, las paredes de Pineta, surcadas por numerosas cascadas, se perdían en las nubes oscuras.
Y allí abajo, en el bosque, nos encontramos inesperadamente con una gratísima sorpresa. Los vecinos del pueblecito de Espierba habían tenido la feliz iniciativa de fundir naturaleza y cultura, regalándonos a los que quisiéramos disfrutarlo, una exposición de textos hermosísimos, muy bien seleccionados, colgados en los troncos de las hayas y los fresnos. Fue una gozada sumergirnos en la literatura, bajo los paraguas, en aquel incomparable entorno.
Poco a poco iré compartiendo algunos de estos textos, pero hoy voy a compartir no los que estaban el bosque, sino los que pusieron en el pueblo. Eran tres, pero qué tres y en qué lugares. Uno en la escuela, otro en la iglesia y un tercero en el cementerio.
El de la iglesia era Corintios 13. El de la escuela, Recuerdo infantil, de Antonio Machado. El del cementerio, El viaje definitivo, de Juan Ramón Jiménez. Los leímos sin prisa, dejándonos envolver por el ambiente. Había dejado de llover, pero hacía frío, y el cielo seguía gris, muy gris.
A continuación comparto los textos y algunas fotos de aquel día de julio que los vecinos de Espierba nos hicieron inolvidable. A ellos, mi más profundo agradecimiento.


Corintios 13.

Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes.
Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que, si no tengo amor, no soy nada.
Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo que, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, confía siempre, espera siempre, aguanta siempre.
El amor no falla nunca. Los dichos inspirados se acabarán, las lenguas cesarán, el saber se acabará; porque limitado es nuestro saber y limitada nuestra inspiración.


Recuerdo infantil, de Antonio Machado.

        Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

        Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

        Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

        Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».

        Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.


El viaje definitivo, de Juan Ramón Jiménez.

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostáljico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.


El río Cinca, aquella mañana.

La iglesia de Espierba.

La puerta de la escuela de Espierba.

El texto de Machado en la puerta de la escuela.

El texto de Juan Ramón Jiménez en la verja del cementerio.

El texto de la Biblia, en un árbol frente a la iglesia.


Barcelona, Cambrils.

viernes, 18 de agosto de 2017

El único camino.

Ayuntamiento de Ribarroja. Valencia.

Ha sido un consuelo ver hoy en la plaza de Cataluña al Rey junto a Rajoy y Puigdemont. Todo un símbolo de lo que tantos querríamos que fuera lo habitual, lo cotidiano. Pero no, ha hecho falta una tragedia para que lo que debería ser y no es, sea, aunque sea por unos momentos.
El dolor hondo provocado por la barbarie parece que nos acerca los unos a los otros. La defensa de la vida y la libertad parece que nos une. El miedo que sentimos y que ahuyentamos gritando juntos “no tenim por” nos iguala en nuestra indefensión ante el terror, indefensión de la que, más o menos, cada vez somos más conscientes.
Los minutos de silencio, los aplausos, la ausencia de banderas, las flores y las velas en el suelo, las lágrimas de muchos, la gente donando sangre en los hospitales… Es la luz que brilla en la oscuridad.
Hay además en estos momentos una conciencia colectiva muy viva de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa y de que queramos o no, solo juntos podemos hacer frente al mal, a esa oscuridad de otros tiempos que está aquí y ahora, y que nos golpea con insistencia. Hoy aquí, mañana allá…
Esa luz y esa conciencia nos indican el camino, el único camino posible que puede llevarnos a un futuro en paz. ¡Ojalá no quede todo en el impacto emocional y en monumentos “in memoriam”! ¡Ojalá la sangre de todos estos hombres, mujeres y niños nos una y nos haga fuertes en la defensa de la vida y la libertad!


jueves, 17 de agosto de 2017

Barcelona, dolor y silencio.


BARCELONA

Ahora es momento de silencio y unidad.
De no olvidar que la vida y la libertad son sagradas.

Y de oración.

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace recostar;  
me conduce hacia fuentes tranquilas  
y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.  
Aunque camine por cañadas oscuras,  
nada temo, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
 enfrente de mis enemigos;
 me unges la cabeza con perfume,
 y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
 todos los días de mi vida,
 y habitaré en la casa del Señor
 por años sin término. 

miércoles, 16 de agosto de 2017

¡Oh dulce y tierno chavalín...!


      Era una apacible y fresca mañana en un pueblecito del Pirineo. Acabada nuestra estancia allí, cargábamos el coche para regresar a los calores mediterráneos. La escena la vivió de cerca un amigo y me la contó enseguida.
Un niño de unos doce años, que luego descubrí que se llamaba Miguel, se dedicaba al noble arte de tirar piedras como puños a diestro y siniestro. Las piedras en cuestión las cogía de una especie de jardín que hacía de techo a una estancia inferior de los apartamentos. La calle con sus coches aparcados, los árboles, las plantas, los agujeros de los desagües o cualquier bicho que se moviera, eran objetos a batir.
Parece ser que llevaba así un rato cuando una señora de mediana edad, que contemplaba la escena desde una terracita próxima, le dijo al mozalbete que dejara de tirar piedras. En ese momento mi amigo pasaba junto a él y oyó su respuesta que, aderezada con un gruñido fue, "vieja, puta, vieja, puta…" que a modo de letanía mascullaba a media voz. Y siguió tirando piedras como si tal cosa.
Coincidimos mi amigo y yo en que nos entraron unas casi irrefrenables ganas de atizarle al niño un soberano guantazo que le tuviera haciendo palmas las orejas un cuarto de hora al menos. La mamá, que oyó la reconvención, se limitó a decir, "nene no tires piedras", y siguió a lo suyo. Y el niño también, a lo suyo, tirando piedras.
Y es que ni la escueta amonestación de la señora, ni la indolencia de la mamá, ni la violencia que nos pedía el cuerpo son adecuadas intervenciones. Lo que deberíamos haber hecho es, previa  autorización materna, decirle al niño respetuosa y delicadamente para no traumatizarle algo así como: "oh dulce y tierno chavalín, si eres tan amable de dejar de tirar piedras te lo agradeceríamos muchísimo porque puedes taponar los desagües, abollar algún coche, descalabrar a algún viandante… Más si no es este tu deseo porque necesitas seguir con tu tarea ya que tanto te divierte, disculpa nuestra intromisión en tu vida y nuestro abusivo intento de coartar tu sagrada libertad y tu derecho a divertirte como te salga de… las narices".
Sí, así tendríamos que haber actuado con este niño. Todos lo hicimos mal. La señora de la terracita por atreverse a amonestarle y por no explicarle las consecuencias de sus actos. La mamá por pasar del asunto tan olímpicamente. Y nosotros por haber tenido la tentación de hacer algo tan cruel, tan horripilante y trasnochado como pegarle un tortazo al chiquillo.
Era el chiquillo el que haciendo uso de su soberana libertad lo estaba haciendo bien, ¿no? ¡Claro! ¡Ay Miguelín, que represores y "chapaos a la antigua" somos algunos adultos! ¿Verdad? 

NOTA:
Aún habrá quien no captará la ironía del texto.

martes, 15 de agosto de 2017

¡Feliz cumpleaños, mamá!


Hace hoy noventa años que naciste, mamá. ¡Feliz cumpleaños, y feliz día de tu santo! Es hoy, para nosotros, un día grande. Un día de alegría y agradecimiento. De agradecimiento porque es mucho lo que te debemos. De alegría porque sigues entre nosotros.
Sí, es un día de agradecimiento, de gratitud. Te debemos el habernos regalado la vida, junto al papá, tu esposo. Te debemos el habernos entregado la tuya sin reservas, el haber sabido crear una familia de amor en libertad. El haber sido un ejemplo de fidelidad al hombre que quisiste y a los hijos que con él tuviste, Paco, Lourdes y yo.
Es también un día para agradecer a tu hija Mari Lourdes la entrega con la que te acompaña desde que el papá marchó a la Casa del Padre, una entrega total y sin condiciones.
Y también es día para darle gracias a Dios por el inmenso regalo que has sido para nosotros, mamá, como lo fue el papá. Por haberte permitido conocer a tus bisnietos, con todo lo que eso significa. Por poder estar, de aquí un rato, celebrando todos juntos la eucaristía, sabiendo que en esos momentos, de un modo cierto, aunque no lo entendamos, estará el papá, al que tanto quisiste, a quien tanto quisimos, también entre nosotros.
Sí, quiero compartir está mañana nuestra alegría por tu presencia. Por el testimonio de una vida de amor, de entrega, de fidelidad, la tuya. Porque puedes seguir mirando al futuro en paz y mirar atrás con la infinita satisfacción del deber cumplido.

Gracias mamá.
Gracias Señor.

lunes, 14 de agosto de 2017

Mi tía de Fuente la Higuera, la tía Julieta.

Mi tía Julieta, ante el carro en el que tantas veces anduve por aquellos caminos. El carro está en el museo del pueblo.
Recién llegado de mis vacaciones “blogueras”, quiero empezar dedicándole esta entrada a mi tía Julieta, de Fuente la Higuera. Me llegó la noticia, estando en los Pirineos, de que había fallecido pasados los 90 años, en Almansa, poco después de que, dado su estado de salud, fuera trasladada allí a una residencia.
La tía Julieta, en sentido estricto, no era tía nuestra, pero siempre lo fue. Ella y su hermano Ignacio, que aún vive. La tía Julieta fue novia de mi tío Paquito, hermano de mi madre, que murió de tuberculosis el mismo día que acabó la “mili”. Ya nunca se casó, y la relación que se hubiera “legalizado” en la boda quedó establecida entre las dos familias por el afecto y su permanente fidelidad a él más allá de la vida y de la muerte.
Los dos hermanos, Ignacio y Julieta, ambos solteros, vivieron toda la vida en su casa de Fuente la Higuera. Su casa fue nuestra casa siempre que íbamos al pueblo, hace muchos años, en trenes con locomotoras de vapor. Y siguió siéndolo en la era del 600, y hasta hace unos meses, en que aquella casa ya mostraba, como ellos, las huellas del paso del tiempo.
Ya he dicho en otras entradas que Fuente la Higuera es mi Moguer, y mi tía Julieta, mi tío Ignacio y su casa, el alma de ese Moguer. Allí viví mis primeras experiencias de lo que era la vida rural. Y cuando descubrí Platero y yo, en cada capítulo estuvieron  presentes, desde el principio, Fuente La Higuera y mis tíos.
El carro entrando por la casa hasta el corral, el burrito, llamado también Platero, el macho. Ese carro en el que íbamos a la caseta de El Poblet, con sus pinos de redonda copa y su aljibe de agua siempre fresca, por aquellos caminos, entre cereales y viñedos. Las gallinas y los cerdos. El maíz y las almendras en la andana. Los carros cargados de uva en la vendimia, en aquellos septiembres entonces fríos. El olor del lagar y de la almazara…
Y el día de la fiesta mayor, en septiembre, salíamos de allí, de aquella casa, todos guapos, a la misa mayor; tañido de campanas y mascletá a las dos de la tarde, olor a pólvora y aperitivo en el bar. Paellas o gazpachos para comer. La comida aquel día era sonada. Luego, al atardecer, a la procesión. Y las danzas, por la noche en la plaza, con mi tío Vicente andando nervioso y feliz de un sitio para otro…
En todos estos entrañables recuerdos está y estará presente mi tía Julieta. Sé que ella me quiso mucho y yo a ella, aunque el devenir de la vida nos aleja a menudo de personas que han sido la masa viva con la que se ha ido construyendo nuestra vida. Y a esas personas hay que reconocérselo y agradecérselo.
Por esto quiero agradecer a mi tía Julieta la presencia de su vida en la mía, y quiero alegrarme pensando y creyendo que, después de tantos años de fidelidad, habrá por fin abrazado a quien quiso más allá de la muerte toda su vida, a mi tío Paquito.
Que Dios los haya acogido en su seno y lleve a la plenitud ese amor que en este mundo no se pudo consumar pero que, de un modo misterioso, cayó sobre todos nosotros, haciendo de Julieta y su hermano Ignacio nuestros tíos de toda la vida, y de Fuente la Higuera el pueblo de nuestra infancia, nuestro pueblo del alma, mi Moguer.