He
encontrado un huequecito para escribir y voy a aprovecharlo para hacerlo, una
vez más, en favor de la naturaleza, del medio ambiente, de la casa común.
En el
pequeño collado que hay bajo mismo del castillo de Serra, pusieron, hace ya
algún tiempo, dos mesas con sus respectivos bancos para que la gente pudiera
sentarse, comer algo, charlar, descansar. Pues bien, ayer mismo observé la
basura acumulada en la ladera de la montaña que hay junto a ellas. Y más aún,
los restos recientes, en la foto de la entrada, de alguien que había estado
comiendo fruta allí.
Estoy
muy cansado, muy harto de ver, y cuando puedo recoger, la basura que otros
echan por todas partes. Y no hablemos de los botes y las botellas que jalonan
los caminos, o los envases de “marranás” energéticas que ciertos deportistas
siembran a su paso.
No es
cuestión baladí. Quien hace eso demuestra no tener la más mínima conciencia
medioambiental, el más mínimo respeto por la naturaleza en la que, y de la que
vive. Y no son pocos.
Si a
esto le añadimos el desastre climático que está cebándose con nosotros desde
haces meses llevando al monte y al campo a una situación límite, el panorama es
desolador.
Urgen
acciones serias para salvar la naturaleza que nos envuelve. Pero para ello
habría que tomar medidas personales, aparte de sociales y políticas. ¿Pero qué
medida personal va a tomar quien tira basura sin ningún escrúpulo? ¿Cómo esos
individuos van a apoyar acciones sociales o políticas en defensa del medio
ambiente cuando están demostrando su desinterés y su falta de conciencia por el
cuidado de la casa común?
La
basura que riega nuestros campos y montes es un claro y triste indicador de lo
poco que en realidad importa a demasiada gente el medio ambiente. Hay otros,
pero no voy a entrar ahora en el berenjenal de las carreras y bicis de montaña,
otro indicador que apunta en la misma lamentable dirección tal y como se está
desarrollando.
No, no
es bonito lo que está pasando, y menos por estas tierras que parecen estar
sufriendo una maldición bíblica. No ha habido invierno, no llueve, siguen los
vientos secos, campos abandonados, basura, senderos destrozados, la angustiosa
amenaza del fuego… Y poca conciencia de lo que está ocurriendo.
Como
ya he dicho, desolador.
Pero
no quiero acabar esta entrada, tras casi tres semanas de silencio, de un modo
tan triste. Voy a hacerlo con unas preciosas palabras llenas de esperanza del
papa Francisco en su encíclica Laudatus sí.
243.
Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios
(cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo,
que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia
el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la casa común del
cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La vida
eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente
transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres
definitivamente liberados.
29 litros en 149 días.