Quiero
compartir, en el silencio del Sábado Santo, el final del Viacrucis del papa
Francisco. No hacen falta comentarios.
Señor, te
rogamos como los necesitados, los frágiles y los enfermos del Evangelio, que te
suplicaban con la palabra más sencilla y familiar: pronunciando tu nombre.
Jesús, tu
nombre salva, porque tú eres nuestra salvación.
Jesús, tú eres
mi vida y para no perderme en el camino te necesito a ti, que perdonas y
levantas, que sanas mi corazón y das sentido a mi dolor.
Jesús, tú
tomaste sobre ti mi maldad, y desde la cruz no me señalas con el dedo, sino que
me abrazas; tú, manso y humilde de corazón, sáname de la amargura y del
resentimiento, líbrame del prejuicio y de la desconfianza.
Jesús, te
contemplo en la cruz y veo que se despliega ante mis ojos el amor, que da
sentido a mí ser y es meta de mi camino. Ayúdame a amar y a perdonar, a vencer
la intolerancia y la indiferencia, a no quejarme.
Jesús, en la
cruz tienes sed, es sed de mi amor y de mi oración; los necesitas para llevar a
cabo tus planes de bien y de paz.
Jesús, te doy
gracias por los que responden a tu invitación y tienen la perseverancia de
rezar, la valentía de creer y la constancia para seguir adelante a pesar de las
dificultades.
Jesús, te
encomiendo a los pastores de tu pueblo santo: su oración sostiene el rebaño;
que encuentren tiempo para estar ante ti y que asemejen su corazón al tuyo.
Jesús, te
bendigo por las contemplativas y los contemplativos, cuya oración, oculta al
mundo, es agradable a ti. Protege a la Iglesia y a la humanidad.
Jesús, traigo
ante ti las familias y las personas que han rezado esta noche desde sus casas;
a los ancianos, especialmente a los que están solos; a los enfermos, gemas de
la Iglesia que unen sus sufrimientos a los tuyos.
Jesús, que
esta oración de intercesión abrace a los hermanos y hermanas de tantas partes
del mundo que sufren persecución a causa de tu nombre; a los que padecen la
tragedia de la guerra y a los que, sacando fuerzas de ti, cargan con pesadas
cruces.
Jesús, por tu
cruz has hecho de todos nosotros una sola cosa: reúne en comunión a los
creyentes, infúndenos sentimientos fraternos y pacientes, ayúdanos a cooperar y
a caminar juntos; mantén a la Iglesia y al mundo en la paz.
Jesús, juez
santo que me llamarás por mi nombre, líbrame de juicios temerarios, chismes y
palabras violentas y ofensivas.
Jesús, que
antes de morir dijiste “todo se ha cumplido”. Yo, en mi miseria, no podré
decirlo nunca. Pero confío en ti, porque eres mi esperanza, la esperanza de la
Iglesia y del mundo.
Jesús, una
palabra más quiero decirte y seguir repitiéndote: ¡Gracias! Gracias, Señor mío
y Dios mío.
61 litros en 200 días.